Por Wenceslao Bruciaga
Tito, guitarrista y cantante de Molotov, me lo repite cada
vez que se presenta la oportunidad: la canción de “Puto” no es una referencia a
la homosexualidad, ni mucho menos una analogía. Se trata de una metáfora,
bulliciosa y eufórica de la cobardía y sus sinónimos, que en México se traducen
en actitudes gandallas, con el ritmo preciso para echar desmadre.
Hay un par de gays, activistas unos, asiduos a las camisas
bien planchadas y las lociones de diseñador otros, que se atragantan con la
indignación que les produce el sencillo en cuestión, de los mejores tracks en
la discografía de los Molotov para mi gusto. Intento relajarlos compartiéndoles
la opinión de Tito de su propia canción, pero no les convence: “Tantito peor,
¿por qué asociar la cobardía con una palabra que a lo largo de la historia se
ha utilizado para señalar, denostar a los homosexuales?” me responden.
De acuerdo, los putos… perdón, corrijo, los homosexuales no
somos unos cobardes que lloramos ni hacemos berrinches. Por eso, cuando
alguien, digamos uno de esos tipos a la mitad de un mirrey y un galán de
telenovela con nalgas de luchador de la Arena México nos ofende diciéndonos
puñal o maricón, nos volteamos, cerramos el puño, y le callamos la boca,
¿verdad?
Cierto que la SCJN no es que haya prohibido el uso en el
lenguaje de las palabras puñal y maricón (gracias, Luis Muñoz Oliveira por la
aportación), su resolución fue la de sentar bases para que no cualquier
discurso pase desapercibido, sobre todo cuando se deambule por esa difuminada
frontera entre la opinión personal y el discurso de odio, y después apelar a la
libertad de expresión para excusarse. El significado de las palabras, moldeado
a lo largo de la historia y sus costumbres, no son la panacea de la homofobia.
Después de todo, Esteban Arce nunca utilizó el puñal o maricón y a nadie le
quedó duda que los homosexuales no éramos de su agrado y que “había mucha
droga” en nuestro mundo. Entiendo que ahora con esta nueva resolución de la
Suprema Corte se podría denunciar a Esteba Arce, y en una de ésas a mí, por
andar promoviendo que los gays defiendan el sexo anal entre hombres a trancazos
con puño cerrado.
No niego que el tema de la diversidad sexual abordado a
tales jerarquías jurídicas es un hecho en sí mismo positivo. Me inquieta, no
obstante, que nos sigan viendo como una comunidad a la que hay que tratar con
apapachos y vericuetos siempre regulados en las desgarradoras vestiduras de lo
políticamente correcto. Porque, quizás involuntariamente y en un acto al que no
hay que regatearle su buena intención, la SCJN considera que los homosexuales
somos más vulnerables que la mujer a la que en ocasiones le dicen puta, o al
hombre que por sus ojos o sus pantalones o ciertos modales lo ubican como un
naco. Como si fuésemos enclenques, frágiles, en efecto unos cobardes.
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