Por Leonardo Bastida Aguilar
De notiese
Discretas para evitar la condena social por vivir con VIH,
más de 30 mujeres se reúnen mes con mes en la Clínica Especializada Condesa
para compartir sus experiencias, adquirir conocimientos y habilidades que les
permitan afrontar su situación.
Uno de los grandes retos en la lucha contra el VIH/sida es
incorporar a las mujeres a los programas de atención y detección. En la mayoría
de los casos, la negativa de sus parejas a aceptar la situación o las
dificultades económicas les impiden acceder a servicios de salud adecuados.
"Él fue mi única pareja", afirma Rosa con cierta
nostalgia, mientras narra cómo su vida cambió de condiciones hace diez años,
cuando supo que vivía con VIH. Mujer de más de 50 años, alegre y con gran
desempacho, reconoce que su primera gran lucha fue contra su propia pareja,
quien nunca reconoció ser el medio de transmisión, a pesar de confesar que
mantuvo una relación extramarital con una vecina –considerada por la propia
Rosa como su hermana por la gran amistad existente entre ellas– quien murió por
el virus.
Posteriormente se enfrentó a la crudeza de deambular por
muchos hospitales por más de un año. Lo que se pronosticó como un tumor de
intestino grueso, resultó ser VIH. "En el Seguro Social no sabían qué tenía
y mejor me fui con médicos particulares. Perdí mi casa, mis coches de alquiler,
todo", recuerda.
Tras la noticia y con poco capital, pues su esposo ya no
trabajaba, se mudó a un departamento que por algunos años definió como su
prisión, por lo pequeño que era. Al poco tiempo, él murió y ella se dedicó a
cuidar a sus hijos, los únicos que saben de su condición. En aquella época se
sentía tan mal que se despidió de ellos, pensó que moriría.
Hoy en día acude a sus citas médicas puntualmente a la
Clínica Especializada Condesa (CEC), su estado de salud es óptimo y apoya a
otras mujeres. Su única preocupación es que ya no ve bien y no puede trabajar.
Caso similar es el de Estrella, quien vendió gran parte de
sus pertenencias para saber por qué adelgazó tanto en tan poco tiempo. Si bien
contó con el apoyo de su familia, le fue difícil perder todo, incluso su
trabajo, por la gran cantidad de días que faltó. Reconoce que le fue difícil
aceptarlo, incluso pensó que era la única mujer a la que le pasaba eso. Su percepción
cambió cuando la atendieron en la CEC y se integró a su grupo de mujeres. Se
dio cuenta que había otras en su misma situación. Ahora hace todo sola y ya no
acepta que sus hijos la acompañen "a todos lados".
Grupo de amigas
Es mañana de miércoles y el auditorio Arturo Díaz Betancourt
de la CEC se llena de mujeres. La mayoría de ellas, 30, se trasladó por más de
una hora en transporte público para llegar al lugar antes de las 10 de la
mañana. Algunas llegaron antes porque pasaron a consulta o fueron por
medicamento, otras arriban de prisa con temor de que la sesión haya comenzado.
Risas, chistes, pláticas en voz alta, "puro
cotorreo" es lo que se vive en el recinto por más de dos horas. Todas se
relajan y olvidan por instantes su realidad, o mejor dicho, se muestran como
son, no mienten, ni fingen, aquí todas saben que son portadoras del VIH y no lo
ocultan, por el contrario, se ayudan, y también auxilian a las recién llegadas
a enfrentar la situación.
Allí han aprendido que no es fácil que las mujeres
transmitan el virus a los hombres porque "ellas no les echan semen ni les
meten cosas", comentan. Han escrito sus experiencias en libros; han hecho
obras de teatro guiñol con sus vivencias; salen de excursión y reciben un apoyo
de despensas y dinero para el transporte, pues la mayoría no trabaja.
Sus preocupaciones actuales son tomar clases de computación,
contar con un servicio oftalmológico en la clínica –varias presentan problemas
de la visión– y poder compartir sus experiencias en escuelas para evitar que a
las "jovencitas" les pase lo mismo que a ellas.
Conformado hace más de tres años por Leticia Valadez
Martínez, encargada del área de trabajo social de la CEC, y apoyado por la
organización civil Letra S, el grupo ha comenzado a trabajar en materia del
respeto a los derechos humanos de las mujeres con VIH.
Uno de los casos exitosos de esta experiencia es Mariana,
quien tras integrarse al grupo descubrió su interés por el tema de los derechos
humanos. Decidió convertirse en promotora y auxiliar a Kelvin Santos y Laura
Hernández, titulares del Módulo de Derechos Humanos "Francisco Galván
Ochoa", que opera en la clínica.
Hace cuatro años su vida era muy diferente. Pasaba su tiempo
entre los puestos de tianguis que tenía en diferentes mercados y su casa.
Fuertes diarreas la llevaron al hospital. Fue internada en uno particular. Allí
le dijeron que ni por todo el dinero del mundo podían curarla. Tenía VIH. Su
esposo también fue diagnosticado, pero él ya no quería vivir. Un mes después
murió en el hospital.
Mariana recuerda que sólo pensaba en sus hijos, en que no
podía caerse porque la necesitaban. Diversas situaciones personales, un
problema con un hijo y discriminación por parte de la familia de su esposo, le
hicieron darse cuenta de la necesidad de defender los derechos de las personas
y dejar en claro que la infección no es impedimento para nada. "Si nos
ponemos a ver qué es lo que dice la gente, nunca vamos a salir adelante",
recalca.
El apoyo
Reina escuchó en la mañana que a una chica le gritaba su
marido porque no supo pedir bien el servicio que necesitaba. Tomó nota del
nombre y apellido de la chica para que en trabajo social se monitoree la
situación. Además, al esperar el inicio de la sesión, encontró que había nuevas
pacientes y las invitó al grupo; una de ellas acudió a la última charla,
"ojalá y regrese", señalan algunas. Uno de los objetivos del grupo es
que sean las mismas integrantes quienes ayuden a otras mujeres.
Para la trabajadora social Leticia Valadez, la conformación
de estos grupos es muy importante porque "las mujeres necesitan más
atención y ayuda para que puedan hacer la descarga emocional de lo que traen.
No es muy fácil que platiquen con sus familiares o su pareja porque no las
entienden".
Creado tras realizar una investigación sobre el uso del
condón femenino, en la que se observó la enorme vulnerabilidad de las mujeres a
las infecciones de transmisión sexual a causa del machismo y la violencia que
sufren por parte de su pareja, el grupo surgió como un espacio en el que las
mujeres pudieran platicar con personas en igualdad de circunstancias.
A pesar del esfuerzo, la servidora pública reconoce que hay
situaciones como que la pareja no las deja ir, la violencia psicológica o
económica, que dificultan la labor. "En muchos casos, si la pareja sale
seronegativa, ya de por vida van a estar señaladas porque piensan que
estuvieron con otro, aunque ellos no se quieren hacer la prueba. El machismo y
la violencia es algo que les afecta mucho".
Cambio de patrones y dificultades
En la CEC se atiende a 882 mujeres, cifra contrastante con
los más de 6 mil usuarios varones que acuden a este centro de salud, explicó
Andrea González, jefa del Programa de VIH de la ciudad de México. Para la
especialista, una respuesta a la situación es que las mujeres presentan mayores
niveles de vulnerabilidad por tener ingresos menores, menor nivel educativo y
menor acceso a servicios de salud.
Mientras que en el caso de los hombres, el nivel de
educación mínimo es de bachillerato, en el caso de las mujeres es de
secundaria. Además, la mayoría se atendía en una farmacia antes de saber su
estatus serológico. "Esto se debe a que no se perciben en situación de
riesgo, pues, en la mayoría de los casos, su única conducta de riesgo fue no
utilizar preservativo con su pareja estable", añadió.
La doctora reconoció que es muy difícil detectar a las
mujeres por lo que se necesitan mejores estrategias. Las cifras indican que por
cada mujer detectada, se diagnostica a 11 hombres. Un factor es la falta de
acceso a servicios de salud, pero otro muy importante es que no se realiza
seguimiento en las parejas de los hombres detectados positivos.
Por esta razón, consideró importante apuntalar acciones que
se llevan a cabo en lugares como las clínicas de salud del Sistema de Transporte
Colectivo Metro, donde suelen acudir mujeres que no cuentan son seguridad
social.
A su vez, indicó que en el futuro, en la CEC se instaurará
un servicio de consejería para mujeres con un modelo propio de atención, el
cual incluirá a mujeres recién diagnosticadas y parejas seronegativas de
hombres VIH positivos.
Para González, una situación en la que se debe poner
atención es el consumo de drogas, ya que se han presentado varios casos de
mujeres jóvenes usuarias de drogas de alto impacto, crack y solventes, que
modifican los patrones tradicionales de la pandemia en mujeres y las hacen aún
más vulnerables.
La confianza
La confianza puede ser la mejor aliada del VIH. Así lo
recuerda Reina, quien hace 10 meses recibió una llamada de familiares de su ex
pareja. El mensaje era que estaba en el hospital en etapa terminal de sida.
Ella reconoce que al poco tiempo de tener relaciones sexuales con él,
comenzaron a dejar de utilizar preservativo, a pesar de que él podía haber
estado infectado desde hacia 10 años. Hasta el momento sólo lo sabe el papá de
sus hijos, con quien tuvo relaciones a la par de su ex pareja él salió
seronegativo, pero la relación se fragmentó.
Ahora su semblante refleja calma, pero reconoce que cuando
recibió la noticia y se confirmó su estatus serológico quería "aventarse
de un puente", sobre todo porque 15 días antes le habían descartado la
presencia de virus del papiloma humano.
Erika tampoco sospechaba que tenía VIH. Con discapacidad
visual y poca solvencia económica, pues canta en los vagones del metro para
obtener algunas monedas, se enteró tras realizarse una prueba rápida en la
estación del metro Hidalgo. Jamás imaginó que vivía con el virus, incluso sólo
sospecha de algún desliz porque su pareja estable es seronegativo. En un
principio se alejó del grupo y mantuvo el secreto en casa.
Sin embargo, al paso del tiempo su actitud cambió, se
reincorporó al grupo, dio rienda suelta a su gusto por la lectura, escribió un
libro de cuentos y comenzó a estudiar la secundaria abierta. "Si sólo
estoy pensando que tengo VIH y que estoy mal de mis ojos, ¿a dónde voy a ir a
dar?".
Hace 17 años, Claudia hizo una donación de sangre y en ese
momento se enteró de que era seropositiva. No está segura de quién se lo pudo
transmitir. Lo supo un mes antes de "juntarse" con su actual pareja,
quien nunca le reprochó nada y siempre le ha dicho que no es su culpa.
Se atendió por tres años, pero al sentirse bien se alejó de
los servicios de salud por una década. Hasta llegó a pensar que la enfermedad
era una mentira. Hace cuatro años su estado de salud se deterioró
considerablemente, su conteo de linfocitos era de 25 CD4 por mililitro de
sangre, cuando la cifra óptima debe ser mayor a 500. Recibió la atención
adecuada y se recuperó. A partir de ese momento se enfocó a cuidarse más a ella
misma y se sumó al grupo.
Todas narran su experiencia como un momento de cambio en sus
vidas. Ya no lloran, ya no se deprimen. Ahora piensan en un futuro. En
estudiar, en trabajar, en cuidar a sus hijos o nietos, en pasear y en poder
hacer algo por otras mujeres como ellas. La mayoría de ellas "no necesita
permiso" para ir al grupo. Por el contrario, han experimentado
"libertades que antes no tenían".
En medio del alboroto y las risas todas asienten cuando una
compañera dice en voz alta: "De que nos vamos a morir, nos vamos a morir,
pero no de esto".
*Publicado en el número 202 del Suplemento Letra S del
periódico La Jornada el jueves 2 de mayo de 2013
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