Beatriz Preciado
Enehache.com
Los defensores de la infancia y
la familia hacen llamado de la familia política de un niños que ellos
construyen, un hijo presupuesto heterosexual y bajo la norma del género. Un
niño que privan de toda fuerza de resistencia, de toda posibilidad de hacer un
uso libre y colectivo de su cuerpo.
Los católicos, judíos y
musulmanes integristas, los copeístas* desinhibidos, los psicoanalistas
edípicos, los socialistas naturalistas à la Jospin, los izquierdistas
heteronormativos y el rebaño creciente de los modernos reaccionarios estuvieron
de acuerdo este domingo en hacer del derecho del niño a tener un padre y una
madre el argumento central que justifica la limitación de los derechos de los
homosexuales. Se trató de su día de salida, la gigantesca salida del clóset de
los hererócratas.
Ellos defienden una ideología naturalista y religiosa de la
que se conocen los principios. Su hegemonía heterosexual ha reposado siempre
sobre el derecho de oprimir a las minorías sexuales y de género. Se tiene la
costumbre de verlos blandir una hacha. Lo que es problemático, es que fuerzan a
los niños a portar esa hacha patriarcal.
El niño que Frigide Barjot
asegura proteger no existe. Los defensores de la infancia y la familia hacen
llamado de la familia política de un niños que ellos construyen, un hijo
presupuesto heterosexual y bajo la norma del género. Un niño que privan de toda
fuerza de resistencia, de toda posibilidad de hacer un uso libre y colectivo de
su cuerpo, sus órganos y sus fluidos sexuales. Esta niñez que ellos
aseguran proteger exige el terror, la
opresión y la muerte.
Frigide Barjot, su musa,
aprovecha que es imposible para un niño rebelarse políticamente contra el
discurso de los adultos: el niño es siempre un cuerpo a quien no se reconoce el
derecho de gobernar. Permítanme inventar, retrospectivamente, una escena de
enunciación, de hacer un derecho de réplica en nombre del niño gobernado que
fui, de defender otra forma de gobierno de los niños que no son como los otros.
Alguna vez fui el niño que
Frigide Barjot se enorgullece de proteger. Y me sublevo hoy en nombre de los
niños que estos discursos falaces esperan preservar. ¿Quién defiende los
derechos del niño diferente? ¿Los derechos del chico pequeño que ama vestir de
rosa? ¿De la chica pequeña que sueña con casarse con su mejor amiga? ¿Los
derechos del niño queer, maricón, tortillera, transexual o transgénero? ¿Quién
defiende los derechos del niño para cambiar de género si lo deseara? ¿Los
derechos del niño a la libre autodeterminación de género y sexualidad? ¿Quién
defiende los derechos del niño a crecer en un mundo sin violencia sexual ni de
género?
El discurso omnipresente de
Frigide Barjot y de los protectores de los “derechos del niño a tener un padre
y una madre” me hacen volver al lenguaje del nacional catolicismo de mi
infancia. Nací en la España franquista, en la cual crecí con una familia heterosexual
católica de derecha. Una familia ejemplar, que los copeístas podrían erigir
como emblema de virtud moral. Tuve un padre, y una madre. Cumplieron
escrupulosamente su función de garantes domésticos del orden heterosexual.
En el discurso francés actual
contra el matrimonio y la Procreación Médicamente Asistida (PMA) para todos,
reconozco las ideas y los argumentos de mi padre. En la intimidad del hogar
familiar, desplegaba un silogismo que invocaba la naturaleza y la ley moral con
el fin de justificar la exclusión, violencia e incluso asesinato de los
homosexuales, travestis y transexuales. Comenzaba por “un hombre debe ser un
hombre y una mujer una mujer, así como Dios lo ha querido”, continuaba por “lo
que es natural, es la unión de un hombre y una mujer, es por esto que los
homosexuales son estériles”, hasta la conclusión, implacable, “si mi hijo es
homosexual prefiero matarlo”. Y ese hijo, era yo.
El niño a proteger de Frigide
Barjot es el efecto de un dispositivo pedagógico temible, el lugar de proyección
de todos los fantasmas, la coartada que permite al adulto naturalizar la norma.
La biopolítica1 es vivípara y pedófila. La reproducción nacional depende de
ello. El niño es un artefacto biopolítico garante de la normalización del
adulto. La policía del género vigila la cuna de los vivientes por nacer, para
transformarlos en niños heterosexuales. La norma realiza su ronda alrededor de
los cuerpos tiernos. Si tú no eres heterosexual, es la muerte quien te espera.
La policía del género exige cualidades diferentes del pequeño chico y la
pequeña chica. Da forma a los cuerpos a fin de dibujar órganos sexuales
complementarios. Prepara la reproducción, desde la escuela al Parlamento,
industrializándola. El niño que Frigide Barjot desea proteger es la creatura de
una máquina despótica: un copeísta empequeñecido que hace campaña para la
muerte en nombre de la protección de la vida.
Recuerdo el día en el que, en mi
escuela de monjas, las Hermanas Reparadoras del Sagrado Corazón de Jesús, la
madre Pilar nos pidió dibujar a nuestra futura familia. Tenía 7 años. Me dibujé
casada con mi mejor amiga Marta, tres niños y varios perros y gatas. Había ya
imaginado una utopía sexual, en la cual existía el matrimonio para todos, la
adopción, la PMA... Algunos días después, la escuela envió una carta a casa,
aconsejando a mis padres llevarme a ver a un psiquiatra, a fin de arreglar lo
antes posible un problema de identificación sexual. Numerosas represalias
siguieron a esta visita. El desprecio y rechazo de mi padre, la vergüenza y
culpabilidad de mi madre. En la escuela, se extendió el rumor de que yo era
lesbiana. Una mani de copeístas y frigide-barjotianos se organizaba
cotidianamente delante de mi clase. “Sal tortillera, decían, se te violará para
que aprendas a besar como Dios lo quiere.” Tenía un padre y una madre, pero
fueron incapaces de protegerme de la depresión, la exclusión, la violencia.
Lo que protegían mi padre y mi
madre, no eran mis derechos de niño, sino las normas sexuales y de género que
se habían ellos mismos inculcado en el dolor, a través de un sistema educativo
y social que castigaba toda forma de disidencia con la amenaza, la
intimidación, el castigo, y la muerte. Tenía un padre y una madre, pero ninguno
de los dos pudo proteger mi derecho a la libre autodeterminación de género y
sexualidad.
Huí de este padre y esta madre
que Frigide Barjot exige para mí, mi supervivencia dependía de ello. Así,
aunque tuve un padre y una madre, la ideología de la diferencia sexual y la
heterosexualidad normativa me los has había confiscado. Mi padre fue reducido
al rol de representante represivo de la ley del género. Mi madre fue privada de
todo lo que habría podido ir más allá de su función de útero, de reproductora
de la norma sexual. La ideología de Frigide Barjot (que se articulaba entonces
con el franquismo nacional católico) ha desollado al niño que yo era del
derecho de tener un padre y una madre que habrían podido amarme, y cuidar de
mí.
Nos llevó mucho tiempo,
conflictos y heridas superar esta violencia. Cuando el gobierno socialista de
Zapatero propuso, en 2005, la ley del matrimonio homosexual en España, mis
padres, siempre católicos practicantes de derecho, se manifestaron a favor de
esta ley. Votaron a favor del partido socialista por primera vez en su vida. No
se manifestaron únicamente en favor de defender mis derechos, sino también de
reivindicar su propio derecho a ser padre y madre de un niño no-heterosexual.
Para el derecho a la paternidad de todos los niños, independientemente de su
género, su sexo o su orientación sexual. Mi madre me contó que tuvo que
convencer a mi padre, más reacio. Me dijo “nosotros también, nosotros tenemos
el derecho de ser tus padres”.
Los manifestantes del 13 de enero
no defendieron el derecho de los niños. Defienden el poder de educar a los
hijos en la norma sexual y de género, como supuestos heterosexuales. Desfilan
para mantener el derecho de discriminar, castigar y corregir toda forma de
disidencia o desviación, pero también para recordar a los padres de hijos
no-heterosexuales que su deber es tener vergüenza por ellos, rechazarlos y
corregirlos. Nosotros defendemos el derecho de los niños a no ser educados
exclusivamente como fuerza de trabajo y reproducción. Defendemos el derecho de
los niños a no ser considerados como futuros productores de esperma y futuros
úteros. Defendemos el derecho de los niños a ser subjetividades políticas
irreductibles a una identidad de género, sexo o raza.
Qui défend l'enfant queer ?, publicado en Libération el 14 de enero de
2013. * Seguidor de Jean-François Copé, político francés. 1 Concepto de Michel
Foucault que designa un poder que se ejercer sobre el cuerpo y las poblacione.
Autora de “Pornotopía: Arquitectura y sexualidad en Playboy durante la guerra
fría”, (Anagrama, 2010).
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