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viernes, 14 de junio de 2013

Baudelaire y De Maistre




Escrito por Daniel Barrón
Publicado en homozapping

Acaso el primero en analizar de manera breve pero certera la situación de Baudelaire en el mundo de las ideas, fue Valéry, quien en su diario del año 1919 y bajo el título de “El lugar de Baudelaire”, escribe: “Entronca con la línea del espíritu del siglo XVIII, con Balzac, Poe, Stendhal, De Maistre y Bonaparte…” Que Joseph de Maistre aparezca al lado de Bonaparte me sorprende menos que los relacione con el resto de los autores; sin embargo, años después en el Libro de los pasajes, Walter Benjamin entrelaza una y otra vez, citas de De Maistre con algunas de Baudelaire hasta que finalmente se atreve a decirlo: “Joseph de Maistre —Baudelaire’s authority on matters political”. [J80,1]

Si Baudelaire es el poeta de la modernidad, casi el inventor de las aristas y los laberintos que hoy consideramos modernos, ¿es entonces también el poeta de la sangre y el martirio, una inteligencia contrarrevolucionaria como lo era De Maistre?

Benjamin encuentra a De Maistre en los versos de Baudelaire sobre todo aquellos donde recurre a las ideas de “analogía” y “correspondencias”; pero también en su opinión sobre la naturaleza: “La naturaleza conoce sólo un lujo: el crimen”, escribe Baudelaire. Pero, sin duda, es en sus fragmentos póstumos donde encontramos la gran influencia de De Maistre sobre Baudelaire.

Recientemente, Sexto Piso editó un libro muy hermoso: Charles Baudelaire, Dibujos y fragmentos póstumos. El editor y traductor de los fragmentos, Ernesto Kavi nos asegura que esta edición “es la primera en publicar estas notas tal y como Baudelaire las dejó después de su muerte”. Me parece inexacto, la editorial mexicana Premiá las publicó en los ochenta bajo el título de Diarios íntimos; y en las Obras, publicadas por Aguilar en 1961 (conservo la tercera edición del 63) y traducidas por Nydia Lamarque los fragmentos tienen el mismo orden (sospecho que el único que existe). Fuera de eso, el libro es una joya, tener todos los dibujos en un solo tomo de un hombre que tanto amó las artes plásticas, y tener una nueva traducción de estos fragmentos es algo que merece celebrarse.

En uno de esos “proyectiles” Baudelaire escribe: “De Maistre y Edgar Poe me enseñaron a razonar”. ¿Qué es lo que Baudelaire razona en estas páginas?

La religión, el amor, el sexo, las drogas y el gobierno son los temas principales.

“Yo afirmo: la única y suprema voluptuosidad del amor yace en la certeza de hacer el mal. Y, desde su nacimiento, el hombre y la mujer saben que toda voluptuosidad está en el mal”, escribe en una de estas páginas, y un poco más adelante: “El acto de amor tiene una enorme semejanza con la tortura, o con una operación quirúrgica”.

Las ideas que Baudelaire ensaya en estos fragmentos dispersos o diarios íntimos, como quiera verse, están bajo el signo de la depresión: hemos nacido condenados, incluso nuestros más íntimos gozos pertenecen a una fuerza maligna, y cada día se muestra como un indulto provisional a la muerte que sin duda será llevada a cabo bajo la más densa de las agonías.

Como un pre-existencialista, para Baudelaire el ser humano es una pasión inútil, salvo que para los existencialistas ese hecho se debe a la condición absurda de la vida y para Baudelaire a una condena casi religiosa, sagrada: se propone escribir “Un capítulo sobre la indestructible, eterna, universal e ingeniosa ferocidad humana. Del amor a la sangre. De la ebriedad por la sangre”.

Por su parte, en la séptima velada de Las veladas de San Petersburgo, Joseph de Maistre escribe: “De este modo se cumple sin cesar, desde el más pequeño insecto hasta el hombre, la gran ley de la destrucción de todos los seres vivientes. La tierra entera, empapada continuamente en sangre, no es más que una ara inmensa donde todo lo que vive debe ser inmolado sin fin, sin medida, sin descanso, hasta la consumación de las cosas, hasta la extinción del mal, hasta la muerte de la muerte”.

Para Baudelaire, el hombre, dado que estaba condenado, no podía evolucionar ni cambiar, siempre estaba deseoso de sangre, de pérdida, invocaba, como De Maistre a irracionalismo para explicar lo inexplicable: “la superstición es el depósito de todas las verdades”, señaló.

Cuando publicó sus primeras obras, Baudelaire escandalizó por sus piezas dedicadas al demonio, a las prostitutas, a las lesbianas, desde luego hoy han dejado de sorprender por el tema, y es notable que a lo largo del libro de Roberto Calasso, La folie Baudelaire, su poesía se cite con muy poca frecuencia, en cambio, las cartas y los ensayos sean lo que más resalte. Al publicar estos fragmentos, los editores aciertan al traernos al Baudelaire más cercano si no a la sensibilidad contemporánea, si a su mecánica espiritual: estos fragmentos son intento de ir descubriendo lo que pensamos, para ponerlo, si no en práctica, al menos en papel.

Y sin embargo, ¿por qué nos horroriza De Maistre y nos seduce Baudelaire? Acaso porque en De Maistre hallamos un programa que, como bien han visto tanto Cioran como Isaiah Berlin, se convierte tarde o temprano en la fuente de todos los totalitarismos. En cambio, en Baudelaire opera como una suerte de higiene mental, (lo mismo que nos ocurre con Ciorán precisamente o con Fernando Vallejo, con todos los grandes desesperados) sus invectivas contra la infancia, la patria, los hijos, la madre, el amor, la religión… nos previenen contra influjo contrario: verlos forzosamente como algo puro, inocente y noble. El poder de Baudelaire (y el de la literatura) es el de subvertir las ideas preestablecidas y combinarlas de modo que ningún sistema social ni político daría por bueno.

Mientras De Maistre les ofrecía a los hombres la religión del poder establecido, Baudelaire enseñaba que había una forma de ofrecer resistencia, de no asentir por completo: la literatura. Lo que Baudelaire recobra en estos fragmentos es una forma de la insurrección, capaz de llevar el pensamiento hasta un límite insoportable donde no quepa posibilidad de utilitarismo social, moral o educativo, que no posee vínculo de obediencia ni de pertenencia, y no se sabe reconocer salvo en sí misma: pura, simple y absoluta literatura.

Charles Baudelaire, Dibujos y fragmentos póstumos, Sexto Piso Ilustrado, Traducción Ernesto Kavi, España 2012.

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