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miércoles, 2 de enero de 2013

Dios es homofóbico



Tomado del semanario Hildebrandt en sus trece.- Columna Divina comedia, por Pedro Salinas.

 Y si no lo es él, pues lo son sus intérpretes. Toda la jerarquía eclesial, es decir. Aquella que sigue empeñada en una guerra sin cuartel contra los homosexuales y su legítimo derecho a unirse en matrimonio.

Lo acabamos de ver en Francia, donde vienen organizando marchas con consignas delirantes como “Sí a la familia, no a la ‘homolocura’”, protestando contra el proyecto de ley sobre los enlaces entre personas del mismo sexo aprobado por el Consejo de ministros.

El cardenal-arzobispo de París, André Vingt-Trois, ha ladrado que el matrimonio homosexual es “una superchería”. Y el vocero del grupo conservador católico Civitas, Alain Escada, organizador de las manifestaciones callejeras, ha pontificado que, “la homosexualidad es una desviación que hay que corregir”.
En España, donde el Tribunal Constitucional acaba de fallar avalando la ley de bodas gays y se están recogiendo firmas para proponer su legalización en toda Europa, viene ocurriendo lo mismo. Y a ello, claro, hay que sumarle que cada vez son más los países que legislan en ese sentido.

Como sea. Los editoriales de L’Osservatore Romano arengando a la resistencia no se han hecho esperar. Y presumo que la cosa seguirá así, por un buen rato, porque la iglesia católica, enraizada todavía en el medioevo, es incapaz de aceptar y tolerar y darse cuenta que el matrimonio entre personas del mismo sexo lo que permite es un trato igualitario e inclusivo, así como protección social y jurídica.
Pero no. Desde que la Congregación para la Doctrina de la Fe empezó a regurgitar documentos sobre el tema, desde 1975, esgrimiendo argumentos inusitados y extravagantes, todo indica que esta conflagración tiene para largo.

Porque para la iglesia católica, la homosexualidad consiste en una “patología”. En un “desorden objetivo”. O “depravación grave”. Que “no puede ser nunca aprobada”. E “impide la propia realización y felicidad”, sugiriendo incluso que su práctica puede amenazar seriamente la vida y el bienestar de un alto número de personas. Y que “no es una opción moralmente aceptable”. Y que los “comportamientos desviados” que conlleva “no son conformes al plan de dios”. Y que “ante el reconocimiento legal de las uniones homosexuales (…) es necesario oponerse en forma clara e incisiva”. Y así.

Los irrisorios calificativos abundan en toda la doctrina del magisterio eclesiástico reciente. Y en ningún caso se infiere que ser una persona homosexual no es, pues, ni moralmente bueno ni moralmente malo, como indica el sentido común. Todo lo contrario. Siempre se le juzga. Y se le condena inexorablemente. Con dureza. Con rotundidad. Con crueldad.

“El matrimonio homosexual es una nueva ideología del mal”, dijo el actual papa en el 2009. Sí, el tal Ratzinger, alias Benedicto. Y es que la iglesia no puede vivir sin perseguir, ni organizar cruzadas o asaderos inquisitoriales. Contra judíos, científicos, liberales, marxistas, homosexuales, o lo que dictamine el papa de turno. Es así. La iglesia persigue ideas y a todos aquellos que se salgan de sus antojadizas normas, las cuales quiere imponer siempre. Porque eso es lo que más le gusta hacer. Entrometerse en las vidas privadas. Y en el Estado.

Pero bueno. Como escribió Antonio Gala, “solo espero que dios, si existe, sea más generoso y comprensivo”, y que esa magnanimidad se la contagie a sus intérpretes. Y espero también que no piense que la homosexualidad es una cosa “contra natura”, o una dolencia curable, como sí lo es, verbigracia, la homofobia. Y que así como se respeta la fe ciega de sus católicos, que le comunique a ellos mismos –a través de la oración, obviamente- que los países civilizados se guían por leyes civiles y laicas, que hay que obedecer y respetar y atenerse a sus consecuencias.

Y que se lo diga así, bien clarito, a su vicario en la Tierra, el tal Ratzinger, alias Benedicto. Porque de lo contrario, qué quieren que les diga, de lo contrario no me quedará sino concluir que el dios de los cristianos no solamente es homofóbico, sino, además, enemigo de la humanidad.

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