Tomado del semanario Hildebrandt en sus trece.- Columna Divina comedia, por Pedro Salinas.
Y
si no lo es él, pues lo son sus intérpretes. Toda la jerarquía
eclesial, es decir. Aquella que sigue empeñada en una guerra sin cuartel
contra los homosexuales y su legítimo derecho a unirse en matrimonio.
Lo acabamos de ver en Francia, donde vienen organizando marchas con
consignas delirantes como “Sí a la familia, no a la ‘homolocura’”,
protestando contra el proyecto de ley sobre los enlaces entre personas
del mismo sexo aprobado por el Consejo de ministros.
El cardenal-arzobispo de París, André Vingt-Trois, ha ladrado que el
matrimonio homosexual es “una superchería”. Y el vocero del grupo
conservador católico Civitas, Alain Escada, organizador de las
manifestaciones callejeras, ha pontificado que, “la homosexualidad es
una desviación que hay que corregir”.
En España, donde el Tribunal Constitucional acaba de fallar avalando
la ley de bodas gays y se están recogiendo firmas para proponer su
legalización en toda Europa, viene ocurriendo lo mismo. Y a ello, claro,
hay que sumarle que cada vez son más los países que legislan en ese
sentido.
Como sea. Los editoriales de L’Osservatore Romano arengando a la
resistencia no se han hecho esperar. Y presumo que la cosa seguirá así,
por un buen rato, porque la iglesia católica, enraizada todavía en el
medioevo, es incapaz de aceptar y tolerar y darse cuenta que el
matrimonio entre personas del mismo sexo lo que permite es un trato
igualitario e inclusivo, así como protección social y jurídica.
Pero no. Desde que la Congregación para la Doctrina de la Fe empezó a
regurgitar documentos sobre el tema, desde 1975, esgrimiendo argumentos
inusitados y extravagantes, todo indica que esta conflagración tiene
para largo.
Porque para la iglesia católica, la homosexualidad consiste en una
“patología”. En un “desorden objetivo”. O “depravación grave”. Que “no
puede ser nunca aprobada”. E “impide la propia realización y felicidad”,
sugiriendo incluso que su práctica puede amenazar seriamente la vida y
el bienestar de un alto número de personas. Y que “no es una opción
moralmente aceptable”. Y que los “comportamientos desviados” que
conlleva “no son conformes al plan de dios”. Y que “ante el
reconocimiento legal de las uniones homosexuales (…) es necesario
oponerse en forma clara e incisiva”. Y así.
Los irrisorios calificativos abundan en toda la doctrina del
magisterio eclesiástico reciente. Y en ningún caso se infiere que ser
una persona homosexual no es, pues, ni moralmente bueno ni moralmente
malo, como indica el sentido común. Todo lo contrario. Siempre se le
juzga. Y se le condena inexorablemente. Con dureza. Con rotundidad. Con
crueldad.
“El matrimonio homosexual es una nueva ideología del mal”, dijo el
actual papa en el 2009. Sí, el tal Ratzinger, alias Benedicto. Y es que
la iglesia no puede vivir sin perseguir, ni organizar cruzadas o
asaderos inquisitoriales. Contra judíos, científicos, liberales,
marxistas, homosexuales, o lo que dictamine el papa de turno. Es así. La
iglesia persigue ideas y a todos aquellos que se salgan de sus
antojadizas normas, las cuales quiere imponer siempre. Porque eso es lo
que más le gusta hacer. Entrometerse en las vidas privadas. Y en el
Estado.
Pero bueno. Como escribió Antonio Gala, “solo espero que dios, si
existe, sea más generoso y comprensivo”, y que esa magnanimidad se la
contagie a sus intérpretes. Y espero también que no piense que la
homosexualidad es una cosa “contra natura”, o una dolencia curable, como
sí lo es, verbigracia, la homofobia. Y que así como se respeta la fe
ciega de sus católicos, que le comunique a ellos mismos –a través de la
oración, obviamente- que los países civilizados se guían por leyes
civiles y laicas, que hay que obedecer y respetar y atenerse a sus
consecuencias.
Y que se lo diga así, bien clarito, a su vicario en la Tierra, el tal
Ratzinger, alias Benedicto. Porque de lo contrario, qué quieren que les
diga, de lo contrario no me quedará sino concluir que el dios de los
cristianos no solamente es homofóbico, sino, además, enemigo de la
humanidad.
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