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domingo, 5 de agosto de 2012

Historia de la Homosexualidad Parte 3





La Reforma Protestante y las Guerras de Religión


Cuando la Reforma Protestante se hace patente, al filo de los siglos XVI y XVII, Martín Lutero no falta en acusar al clero católico de caer en la sodomía en su "Advertencia a los queridos Alemanes", publicada en 1531. La sospecha de homosexualidad es empleada para desacreditar a sus oponentes, a imagen y semejanza de los Cátaros o de los Templarios, que fueron objetos de semejantes acusaciones siglos atrás, así como el Papa Bonifacio VIII, a quien el rey Felipe IV "el Hermoso" de Francia hizo pasar por hereje y sodomita, los protestantes ingleses que desacreditaban a los papistas en referencia al celibato de los religiosos, o el ginebrino Théodore de Bèze, contra el cual es llevada a cabo una campaña difamatoria por parte de los católicos basándose en sus poemas de juventud para reprocharle una supuesta homosexualidad.
En la misma época, en 1532, el emperador Carlos V promulga el primer código penal del Santo Imperio Romano-Germánico, en el cual el artículo 116 estipula que todos aquellos que "caen en la lujuria", humano con animal, hombre con hombre, mujer con mujer, debían ser quemados, mientras en los Países-Bajos los protestantes también condenan la sodomía con la pena capital. En la ciudad de Calvino, Ginebra, los "actos contra-natura" son severamente reprimidos: en 1555 y en 1670, en la Roma protestante, se censa muchas ejecuciones de hombres y mujeres por este motivo, mediante decapitación, ahorcamiento o ahogamiento.






 


Enrique III, rey de Francia (1551-1589)


Las guerras de religión devastan a Europa. Enrique III, rey de Francia (1551-1589), que reina a partir de 1574, intenta durante un tiempo conciliar católicos y protestantes mediante una política de tolerancia, pero sin éxito. Esto no le impedirá llevar, sin restricciones, una vida privada harto escandalosa y de hacer pública su homofilia de manera descarada. Incapaz de proporcionar un heredero al trono, rodeado por una corte de "mignons" (hermosos) que suscitan todo tipo de comentarios jocosos, no da la imagen del rey esperado por sus súbditos. Pierre de L'Estoile, redactor del "Diario para el reinado de Enrique III" (1576), describe a sus favoritos que no hacen más que soliviantar e indignar al pueblo y a las altas esferas del Poder: "el nombre de mignons empezó en aquel tiempo a ir de boca en boca del pueblo, a los que resultaban odiosos tanto por sus maneras altaneras, como por sus maquillajes y vestimentas afeminadas e impúdicas, pero sobretodo por los favores, las prebendas y las liberalidades de las cuales eran objetos de manos del rey, teniendo a éstos el pueblo como causa principal de su ruina (...) Esos bellos mignons llevaban sus cabellos rizados y re-rizados artificialmente, y cubiertos por pequeños bonetes de terciopelo, como hacen las putas de la ciudad de Burdeos. (...) Sus ejercicios consistían en jugar, blasfemar, saltar, danzar, querellar y emborracharse, y seguir al rey en todos sus desplazamientos, y hacer y decir nada más que cosas que agradasen a los oídos del rey."
En la aristocracia, como en toda posición dominante, las relaciones homosexuales podían ser toleradas en el marco de una sexualidad en la cual el señor escogía a su compañero, chica o chico, con exigencia de que este último se pareciera al sexo débil y que fuera dominado tanto social como físicamente por el señor. Así, jóvenes prostitutos, pajes, lacayos, ayudas de cámara o aprendices eran a menudo objeto del deseo y placer de los señores, de los maestros artesanos, de los miembros del clero o de los artistas. Hay que revelar también que las relaciones sexuales entre jóvenes, aprendices, monjes o criados, eran frecuentes y posibles gracias a una certera promiscuidad, marcada por la dificultad de acceder a las mujeres antes del matrimonio.


La Incansable caza a los sodomitas


Queda, de todos modos, muy patente que las pulsiones homosexuales, tanto en su expresión artística como en lo cotidiano de ciudades y provincias, son confinadas al secreto y nunca deben ser mencionadas, a riesgo de exponerse a sanciones penales. La sociedad cristiana y patriarcal no puede, en efecto, tolerar que se intente poner en duda los valores sobre los cuales descansa. La caza a los sodomitas prosigue incansablemente su curso: a lo largo del siglo XVI y del XVII, se censan algunas condenas a la hoguera por toda Europa, de Francia a Italia, pasando por Alemania, España, Inglaterra e Irlanda. El fenómeno se apodera incluso de las colonias: en 1636, la colonia de Plymouth (en el Massachussetts actual de EE.UU.), se promulga una ley que condena a la sodomía con la hoguera. Las autoridades portuguesas hacen lo propio en Brasil en 1646.


El Siglo de las Luces y la emergencia de la moral burguesa


El siglo XVIII ve aparecer una nueva figura del homosexual: el libertino elegante y afeminado. Gradualmente, la sodomía es percibida más como un "gusto" que un "vicio", aunque siga siendo objeto de múltiples bromas y burlas, y constituye aún como una amenaza para la célula familiar fomentada por la nueva moral burguesa. Según el teniente de policía Lenoir, se censaban en París, que contaba entonces con 600.000 almas, más de 20.000 sodomitas alrededor del año 1730, y según otras fuentes policiales, unos 40.000 en total años más tarde. Asambleas de esa extraña cofradía se reunían en los cabarets del Faubourg Saint-Antoine, barrio de La Bastilla, y los encuentros nocturnos en los Jardines del Palacio de Las Tulerías no eran un misterio para nadie.
Al otro lado del Canal de La Manga, en Londres, las "Molly Houses" florecen en el barrio del Parque de Saint-James. En esos locales se bebe, baila, liga o se parodia el mundo "normal". Posicionándose deliberadamente al margen de la sociedad, esos intrépidos señores se reapropiaban de las injurias populares, hablaban en femenino o se hacían llamar "tía" o "madame".







grabado representando la sociedad de las "Molly House"

Si asistimos aún a algunas ejecuciones de sodomitas en la Plaza de Grève, en 
París, su número irá en descenso a lo largo de los años del siglo XVIII. Las últimas vieron perecer a Jean Diot y Bruno Lenoir, en 1750. A partir de 1730, el uso del vocabulario refleja un giro: se habla cada vez menos de "sodomitas" y cada vez más de "pederastas" y sobretodo de "infames", éste último siendo muy frecuente en los informes policiales franceses. El "crimen contra Dios y la Naturaleza", se banaliza progresivamente y se suma a la lista de los demás delitos. La filosofía del Siglo de las Luces gana terreno en perjuicio de la Iglesia. Voltaire (1694-1778), en su artículo sobre el amor socrático de su diccionario filosófico de 1764, encuentra excusas para la pederastia, pero afirma sin embargo que es "una ley que aniquilaría al género humano si era aplicada al pie de la letra".
Jean-Jacques Rousseau (1712-1778), por su lado, narra por dos veces en sus "Confesiones", su horror ante las proposiciones de un joven. Una actitud que, al lado de su veneración por la familia cristiana, marca la actitud y el orden burgués naciente.
Denis Diderot (1713-1784), confiesa que "todo no puede ser contra-natura ni fuera de la Naturaleza" en un texto póstumo. El "vicio" tiende entonces a desacralizarse en provecho de una nueva moral burguesa familial, social y científica en la que los filósofos del Siglo de las Luces son los principales promotores, estando Rousseau en cabeza. Una nueva ética que, sin embargo, no irá a conceder a los hombres enamorados de otros hombres, una libertad mayor en materia sexual, estando la represión moral muy presente muy a pesar, como lo veremos, de la Revolución Francesa que pondrá en pie un movimiento pionero en Europa, despenalizando los actos sexuales entre personas del mismo sexo.

Articulo publicado por Retratos de la Historia

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