Por Esprança Bosch Fiol
La violencia de género ha sido, y sigue siendo en
muchas partes del mundo, un delito oculto, invisible. La consideración de que
las mujeres son objetos de propiedad de los varones de la familia, y por
extensión de todos los varones, y que deben estar sujetas a ellos, obedecer,
mantenerse en la sombra, cubrir las necesidades y satisfacer los deseos de
ellos es la regla de oro del patriarcado. Si el poder es masculino, la
capacidad de corregir y castigar también es de ellos. La violencia explícita o
la amenaza de recurrir a ella se utilizará como una forma de control sobre la
vida de las mujeres, y ese miedo se transmitirá de generación en generación. El
“aguanta, ya sabes como son los hombres” ha sido durante largo tiempo un
consejo de muchas madres a sus hijas, como una forma, quizás, de prevenirlas
sobre las consecuencias todavía más graves si se atrevían a desobedecer,
quejarse o intentar apartarse de ellos.
Ese recurso a la violencia está presente en todos los
países del mundo, si bien es cierto que en aquellos donde los derechos de las
mujeres no están siquiera contemplados formalmente su situación es
verdaderamente desesperada. Cualquiera puede comprobar con solo un vistazo en
los libros de historia como desde tiempos inmemoriales tanto las voces
autorizadas (grandes sabios, pensadores, científicos , literatos, religiosos,
etc.) como las populares (repasemos refraneros, cuentos infantiles, leyendas
tradiciones, ...) transmitían estas ideas de desprecio hacia ellas y sus
derechos, alimentando un cuerpo de creencias misógino perverso y letal.
Sin embargo, si algo caracteriza la lucha feminista es
su tenacidad. Es un hecho incuestionable que, a pesar de todos los
inconvenientes, obstáculos y palos en las ruedas, nunca se han dado por
vencidas. Siempre hubo voces transgresoras, luchadoras que, de manera solitaria
o colectiva, defendían, y defienden, la dignidad y el derecho a una vida plena
de todas las mujeres, todas sin excepción. Uno de estos derechos fundamentales
es el de la educación. Alcanzarlo ha sido, y sigue siéndolo en otros lugares
del planeta, un proceso lento y difícil. El concepto tradicional de feminidad
ha estado reñido con el deseo de aprender más allá de lo relacionado con las
tareas del hogar, y ya no digamos de aplicar estos nuevos conocimientos al
ámbito público.
Sin embargo también en este campo la tenacidad dio sus
frutos. Hoy en día es una evidencia que tanto en el Estado Español, como en la
casi totalidad de los países de nuestro entorno las chicas ya son mayoría en
los estudios superiores (aunque también es cierto que persiste la
discriminación horizontal, de la que quizás podamos hablar en otro momento).
Ciertamente, la presencia de mujeres en las aulas como alumnas y paulatinamente
como profesoras comprometidas con los valores feministas, ha ido modificando el
escenario cotidiano de las universidades, así como ha promovido e impulsado la
consolidación de los estudios de género, de gran vitalidad y reconocido
prestigio, que han hecho posible una revisión crítica de buena parte de los
saberes tradicionales, aportando, entre otras cosas el análisis diferencial
entre sexo y género, y la necesidad de la introducción de la variable género
como parte fundamental para la construcción del conocimiento.
Estos estudios han enriqueciendo los contenidos,
impulsando nuevas líneas de investigación y formando a nuevas generaciones de
profesionales que podrán contar con herramientas más útiles para enfrentarse a
las complejas realidades sociales. No ha sido fácil, se nos ha tachado de poco
científicas, o de querer construir guetos (curiosa manera de denominar grupos
de investigación que se caracterizan precisamente por su transversalidad y
multidisciplinareidad), pero nuevamente la tenacidad va dando sus frutos,
aunque siempre con un cierto grado de sufrimiento y a menudo de desencanto ante
determinadas reacciones.
Entre estos contenidos nuevos están precisamente los
relacionados con la violencia de género. El reconocimiento de este tipo de
violencia como estructural permite pasar del análisis de lo privado a lo
público, a lo social y a lo político. Conocer los mecanismos de control
sexista, las diversas formas de violencia, investigar las posibles tipologías,
explorar los modelos explicativos, adentrarse en las raíces más profundas de
este cuerpo de creencias que justifica la dominación de la mitad de la
humanidad, penetrar en el sufrimiento de las víctimas, descubrir sus mecanismos
de supervivencia, en fin todo esto y mucho más se convierte en básico para
poder, a su vez, plantearnos en un futuro difícil de precisar la erradicación
de lo que viene siendo ya descrito como una de las más graves lacras sociales
mundiales, que inflinge sufrimiento, miedo y muerte, frena el desarrollo de los
pueblos, perpetua situaciones de injusticia social y de pobreza, atacando los
valores fundamentales de las sociedades democráticas.
Con todo lo dicho, pretendo hacer hincapié en la
necesidad de una formación científica sólida, que conforme perfiles de personas
expertas en el tema, huyendo del amateurismo y de aquellos/as que, recién
llegados al tema, y comprobando que hoy por hoy son ya cuestiones emergentes
que ocupan un cierto protagonismo social y académico (porque en los tiempos
difíciles evidentemente no estaban) confunden opinión con formación, creyéndose
suficientemente preparados /as para autoproclamarse aptos/as para lo que
convenga. Si una formación deficiente es peligrosa siempre, en un tema tan
sensible y que toca tantos mimbres como la violencia de género lo es todavía
más. Es responsabilidad de las universidades asegurar unos contenidos
coherentes, y marcar unos criterios de exigencia (como en cualquier otra
disciplina, dicho sea de paso) avalados por las trayectorias investigadoras y
docentes reflejadas en los curriculums académicos, que aseguren que la
formación será impartida desde el conocimiento y la responsabilidad, fomentando
la consolidación de equipos y apoyando a las personas jóvenes que quieran
especializarse en estos temas.
La conmemoración del Día Internacional contra la
Violencia de Género puede ser un buen momento para reflexionar sobre ello. Las
universidades, mediante la correcta formación pueden, y deben, participar del
proyecto colectivo de diseñar un futuro más justo para mujeres y hombres,
comprometiéndose activamente contra la injusticia. Si buscamos la excelencia,
busquémosla también en este tema.
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