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martes, 4 de diciembre de 2012

El discurso homofóbico...

EFECTOS DEL DISCURSO HOMOFOBICO EN LA SUBJETIVIDAD DE GAYS Y LESBIANAS
Bajo el estigma de un deseo desacreditado


Un análisis de las distintas maneras como el estigma social puede hacerse carne en cada sujeto.


Por Carlos Alberto Barzani *

Al tener un deseo reprobado socialmente, el sujeto debe ocultarlo, debe simular que es otra cosa lo que desea. Sabemos que todo sujeto tiene deseos que “debe” ocultar y otros tantos que reprime. Lo distintivo de este caso es la conformación de una categoría de persona a partir del deseo –manifiesto– de objeto homosexual. Deseo que estigmatiza a su poseedor y al mismo tiempo define, por oposición, a los que serán llamados “normales”. 


Considero el “estigma” como un atributo que, en una sociedad dada, no forma parte de los considerados esperables y naturales en determinada categoría de sujeto, haciendo que el que lo posee adquiera el status de “diferente” y se genere un profundo efecto desacreditador sobre su persona (E. Goffman Estigma. La identidad deteriorada, Amorrortu, Buenos Aires). Dicho rasgo se impone a la atención por sobre el resto de sus atributos convirtiéndose en definitorio del sujeto. 


Goffman diferencia entre el estigmatizado “desacreditado” y el “desacreditable”. Efectivamente, las circunstancias de los/as homosexuales cuyos atributos de imagen pertenecen a los que culturalmente se asocian con el sexo contrario –los varones “afeminados” y las mujeres “masculinas”– son distintas de las de aquellos/as cuyos atributos de imagen se corresponden con el género esperado socialmente. Los primeros son víctimas de portar un estigma visible, debiendo manejar situaciones sociales difíciles o de tensión. En el caso de los “tapados”, su condición de diferentes no es perceptible, no resulta evidente en el acto, pero pueden devenir desacreditados si sale a la luz, por lo cual deben hacer un manejo particular de la información referida a sí mismos y afrontar cierto monto de angustia frente a la posibilidad de ser descubiertos. 


Goffman considera tres fenómenos producidos por el constante disimulo y autoencubrimiento: 1) el elevado nivel de ansiedad que ocasiona al sujeto llevar una vida que se “puede derrumbar en cualquier momento”, si el entorno descubre su estigma; 2) esto lleva a que la persona preste atención a situaciones y cosas que para otros pasarían desapercibidas; 3) el sujeto puede no sentirse totalmente parte cuando está en un entorno donde encubre su identidad, en especial en relación con la actitud que se tiene hacia las personas homosexuales. Con mayor razón, si la internalización de la homofobia no resultó ni tan masiva ni tan “perfecta”, es probable que el sujeto se sienta impotente y despreciable, por no poder contestar a los dichos y actitudes ofensivas referidos a gays o lesbianas, más aún si considera peligroso no adherir a esas manifestaciones. 


Así lo muestra Julio, de 26 años, estudiante avanzado de medicina, participante en un grupo de reflexión sobre estas cuestiones: “Ayer en el hospital, un compañero no quiso atender a un paciente enfermo de sida, pero no porque fuera ‘sidótico’; él otras veces había atendido a otros. Pero cuando se enteró de que el pibe era homosexual dijo que le daba asco, que no iba a atenderlo y que si tenía sida era porque se lo había buscado. Yo no sabía cómo reaccionar ni qué decirle, ninguno de mis compañeros o compañeras dijo nada; ante otras discriminaciones, hasta el mismo flaco hubiera saltado... Si yo decía algo, iba a quedar en evidencia: lo único que pude decirle fue que él era médico y debía actuar profesionalmente y dejar a un lado los sentimientos. Después me sentía mal por no haber podido contestarle con algo más, no haber podido jugarme con algo más fuerte”. 


Vemos, entonces, que tanto en el caso de los “visibles” como en el de los “tapados” o “encubiertos”, el temor a ser agredidos o a recibir un
trato “diferente” debido a “su estigma” puede producir que el sujeto se sienta inseguro en el contacto con gente considerada “normal” y reaccioneangustiándose a causa de un peligro “objetivo”. La posibilidad de ser agredidos tanto en los visibles como en los desacreditables, más la contingencia de ser “descubiertos”, para los segundos. 


En las relaciones interpersonales entre homosexuales, los que tienen apariencia o actitudes consideradas socialmente del sexo opuesto, que hemos llamado desacreditados, son pasibles de ser rechazados por aquellos cuya condición homosexual no es evidente. Esta situación podría explicarse a través de suponer la internalización de la homofobia por parte de los/as propios/as homosexuales. Pero si además, como hemos visto, el sujeto desacreditable debe encubrir su condición de estigmatizado, se ve expuesto al “dime con quién andas...” y ha de evitar toda situación en que pueda ser visto con alguien en quien aquella condición sea evidente.
Chongos y maricas 


Freud describe el superyó como una guarnición militar de la cultura situada en el interior del individuo. Para un sujeto criado en una sociedad homofóbica, una instancia en su interior discernirá como “malos”, y en consecuencia reprobables y condenables, acciones y/o pensamientos homoeróticos. El sujeto puede sentir culpa concientemente, llegando a ser intensa e hiperexpresa. Puede recurrir como defensa a la negación y la racionalización. Por ejemplo, algunos hombres se permiten un acercamiento a otros hombres siempre y cuando puedan mantener un “rol masculino”. Esta racionalización se apoya en el mito que sostiene que “homosexual es el pasivo”. Se la ha denominado defensa del rol de género. A pesar que esta postura es menos estereotipada que en el pasado, es relatada frecuentemente por gays del interior del país, sobre todo del norte, donde son muy frecuentes las relaciones entre “chongos” casados y “maricas”. 


(En la jerga gay, los términos chongo o marica son asignados a determinado sujeto según sus atributos de imagen –masculinos o femeninos- y están asociados a un rol sexual –activo o pasivo, respectivamente–, en teoría, pero no necesariamente en los hechos, donde puede ocurrir que atributo de imagen y rol sexual no coincidan: el chongo puede tener todas las características asociadas culturalmente con la masculinidad y la virilidad, salvo en el momento del coito, donde adopta un rol receptivo. En no pocas situaciones, los “maricas” exageran sus características femeninas para seducir a esos hombres que sostienen la ilusión de ser “machos que cogen maricas”.) 


En otros casos, en que no se manifiesta una negación de la identidad homosexual, la culpa puede estar referida preponderantemente a la receptividad en las relaciones sexuales y presentarse a través de dificultades en la dilatación o el goce anal durante el coito. Otra forma de negación (parcial) puede observarse en los casos en que el sujeto sólo puede tener relaciones sexuales desprovistas de afecto. 


Otra posibilidad es que el yo disfrace la culpa y la atribuya a otras causas (desplazamiento del afecto a otra representación): por ejemplo, llevar una vida sexual más o menos activa sin mayores conflictos aparentes, pero sentirse culpable por pequeñas situaciones insignificantes, que no tienen relación con el hecho. 


El yo puede reprimir la penosa percepción de la crítica del superyó haciendo que el sentimiento de culpa permanezca inconsciente, pero que el sujeto realice actos que le acarreen sufrimiento o un castigo externo. En el primer caso, podría tener accidentes, o conformar parejas que terminen “mal” invariablemente, a la manera de una neurosis de destino; y en el segundo llevar a cabo actos que deriven en “agarrarlo con las manos en la masa” de forma tal de ser “castigado”. 


Lo que le sucedió a Marta, de 24 años, puede ilustrar esto último. Después de varias relaciones sexuales con hombres y mujeres desde los 17 años, en las que nunca había tenido un orgasmo satisfactorio, a los 20conoció a Cecilia, con quien, luego de dos meses, tuvo su primera relación: “Nunca había gozado de esa forma, fue la primera vez que tuve orgasmos encadenados. Me sentía feliz, estaba re-enamorada de Cecilia... Pero, después de escribir en mi diario todo lo que sentía, no me acuerdo bien adónde tuve que ir y me lo olvidé arriba del escritorio: mi vieja lo vio, por supuesto lo leyó y, cuando volví, me armó un quilombo”. 


Atentos a la sobredeterminación de los sucesos psíquicos, cabe aclarar que con los ejemplos presentados no se pretende plantear un esquema lineal causa-efecto, sino sólo ilustrar las hipótesis ensayadas. Tampoco debemos obviar la ganancia o beneficio secundario que muchos sujetos pueden obtener del estigma, atribuyéndole la culpa de males y padeceres que son efecto de otras razones, eludiendo así su propia responsabilidad y desimplicándose de lo que les acontece.

* Psicólogo. Residente del Hospital
General de Agudos Enrique Tornú.

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