Por Tuss Fernández
Enehache.com
Ahora soy un 5 pero antes fui un 4 y antes de eso, un 3.
Quizá en la secundaria o por ahí de la prepa me esforcé por ser un 2 y parece ser
que medianamente lo logré en la práctica, aunque no en la teoría. [Este es el
momento en que ustedes corren a Google a consultar la Escala de Kinsey].
Casi me atrevo a asegurar que la mayoría de quienes
integramos las siglas LGBTTTI hemos
tenido, aunque tal vez muy forzadamente, nuestros momentos bugas, cosa que no
sería para nada extraña viviendo en un mundo heteronormado. El problema para
nosotros viene cuando esos, hasta entonces ‘perfectos’ heterosexuales, deciden
cruzar la línea y unirse a nuestras filas haciendo de nuestros corazones un
verdadero tormento.
Yo tuve mi peor experiencia en la universidad. Una marcada
rivalidad en la clase de literatura se convirtió, en un par de meses, en una
extraordinaria amistad y poco después en una operación kamikaze.
– Creo que me enamoré de ti.
Lanzó la frase como dardo envenenado y cinco minutos después
(en los que atravesé completo un club de golf) yo estaba en su oficina
esperando que, al verme entrar, corriera en cámara lenta hacia mis brazos y el
mundo se detuviera al momento de besarnos…
Pero sucede que, cinco minutos después, se había arrepentido
por primera vez de tener una relación romántica con alguien de su mismo sexo.
Así pasamos seis largos años: entre azul y buenas noches. Tres días andábamos,
otros tres me presumía sus relaciones bugas que se empeñaba en tener por
montones, un día más nos odiábamos y así. Seis largos años en que yo, poco a
poco, decidí alejarme hasta que recibí la noticia de su boda, misma que (por
cierto), solicitó que yo impidiera (recontra-ouch).
El problema está en querer ver todo en blanco y negro. O
eres gay o eres buga. Y si eres gay, ¡qué horror!, ¡¿qué va a decir la gente,
la iglesia, los papás, los amigos, los partidos políticos?!
Si ya de por sí el amor es complicado, qué ganas de sumarle
los prejuicios para hacerlo no imposible, sino insoportable. Me niego
rotundamente y, es más, propongo que cada uno de nosotros imprimamos una
miniatura de la Escala y la andemos cargando por la vida como si de un manual
de sobrevivencia se tratara. No faltará el día en que tengamos que sacarla de
la cartera para explicársela a un pseudobuga y podamos evitarnos una larga
relación de tortura e incertidumbre.
Es más, propongo que la carguemos con el convencimiento
propio de que la sexualidad humana no tiene por qué ser estática y que cada
quien puede ir eligiendo conforme a sus momentos y sus ganas. Tal vez alguno de nosotros de pronto quiera
dar un brinco (o dos) entre la numeralia.
Yo, por lo pronto, soy un 5, pero quizá en algún momento
decida emprender el camino de vuelta y ser un 4 o un 3 porque ‘la vida es una
tómbola, tom, tom, tómbola..’
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