Como en todos estos temas polémicos, existe una diversidad
dramática de ver el problema. En un extremo están los que aceptan la
promiscuidad como algo natural, y en el otro, los que la rechazan sin más
discusión. En general parece ser un problema de carácter moral, sin embargo ―y
he aquí el por qué de mi interés en escribir este artículo―, el comportamiento
promiscuo, independientemente de quién lo ejecute (heterosexual, homosexual,
mujer u hombre), parece originarse en lo más recóndito de nuestro ser, a saber,
en la información genética.
Para algunos, este punto de vista es por completo absurdo,
para otros, novedoso. Sea como sea, es bien sabido que la naturaleza humana,
como la de cualquier animal sexuado, se basa en leyes que la moral (exclusiva
del humano) a veces no tolera en absoluto.
El comportamiento promiscuo se asocia por lo general al
hombre, no a la mujer. Y esto se debe a su naturaleza de ser. No quiere decir
que la mujer no pueda serlo, en efecto lo es, pero en menor medida. Esta
diferencia de sexos es precisamente la que nos da la clave para entender por
qué el tema se debe tratar también desde un punto de vista de la herencia,
aparte del moral. La moral, por su parte sólo puede juzgar lo que la genética
propone, no cambia ninguna función biológica previamente programada.
Aclaro que no hablo de la herencia en función de los padres
progenitores. Por supuesto que se transmite por medio de ellos, pero
independientemente de que estos hayan sido o no promiscuos en su juventud, lo
que me interesa resaltar es el aspecto filogenético de la promiscuidad que se
ha dado a través de la evolución humana.
El hombre, en su contexto natural, ha jugado el papel de
proveedor para su familia desde muy tempranas etapas de la evolución humana. La
mujer, por su parte, ha adoptado el papel de procreadora, es la encargada, no
sólo de dar vida sino de alimentar y cuidar a las crías. Y esta característica
se repite en la mayoría de las especies animales. Pero en tanto la mujer (o
hembra) se encarga de cuidar y alimentar a sus crías, le es imposible conseguir
el alimento para sí misma y sus crías, que se alimentan de ella. Por eso, es el
hombre (macho) quien sale del hogar (la cueva) y se encarga de buscar el
alimento para él y su familia. Así se ha hecho por miles de generaciones a lo
largo de la existencia humana, y los valores que, según la moral, se han
adquirido a través del aprendizaje consciente, en realidad no se alejan mucho
de esa verdad. Los roles que juega un hombre y una mujer dentro de la sociedad
están determinados en parte por estas necesidades primigenias, y en parte, por
la moral aprendida y modelada desde relativamente recientes fechas.
Con esto en mente, cabe pensar que la conducta sexual,
destinada a la reproducción de la especie, es diferente (según las necesidades
que acabamos de ver) entre hombres y mujeres. En tanto después del coito (acto
en el que la mujer queda embarazada), la mujer empieza a experimentar cambios
químicos y psicológicos durante el período de embarazo (por ejemplo, desgano y
rechazo a las relaciones sexuales, o sentimientos de protección hacia el bebé
que aún cuida en su vientre). El hombre, por su parte, no experimenta ningún
cambio significativo y sigue con su vida normal, con la diferencia de que ahora
él tiene una necesidad sexual que no logra satisfacer plenamente con su pareja,
o al menos, no como lo hacía antes.
Esta situación "arrincona" al hombre a buscar
otras alternativas, es decir, relaciones sexuales con otra mujer, una mujer que
esté apta y deseosa. Si estamos buscando una explicación razonable a la
cuestión de por qué el hombre tiende a ser más promiscuo, ésta sería una
alternativa viable a tomar en cuenta. Por algo, dicho sea de paso, las
poblaciones de mujeres propenden a ser más numerosas, y en cierta forma,
también más resistentes a la vida.
Pero bueno, esto es una cuestión natural, psico-biológica
que, definitivamente ha impactado en nuestras sociedades y conducta actual. Sin
embargo, ¿qué hay del aspecto moral? ¿Es correcto decir que por el hecho de
cargar con un antecedente filogenético de promiscuidad se justifica andar por
doquier en busca de atrapar a alguien con las redes del deseo sexual? La
respuesta es definitivamente no. Y no porque funcione mal la naturaleza en el
hombre, sino porque existen valores y se respeta un sentimiento de lealtad, y
que por cierto, también involucra amor.
Esa capacidad peculiar del ser humano de poder decidir en
base a cómo otros sienten y quieren, es una responsabilidad que se debe cuidar
y cumplir con cabalidad en tanto no se quiera ser juzgado y/o eliminado por los
otros. El respeto a la fidelidad, la creencia en el amor y la propia dignidad,
se ven involucrados y afectados en función de las decisiones de tener o no
relaciones sexuales con otros que no sean "la pareja escogida". Pero
¿qué hay del hombre soltero? ¿A quién puede dañar emocional o moralmente si aún
no se ha comprometido a establecer una relación de fidelidad con nadie?
He aquí que planteamos un problema existencial, no sólo para
la gente gay, sino para cualquiera que se encuentre en esa condición,
independientemente de su preferencia sexual. Si bien el hecho de poder
identificar a una persona como "la pareja" puede hacer la diferencia
en el proceder, ¿qué hacer en tanto no se pueda identificar claramente quién es
la verdadera pareja? ¿Qué ocurre con las personas que no poseen una pareja
estable a quien serle fiel?
La promiscuidad, ese deseo ardiente de querer estar siempre
con alguien más y tener relaciones sexuales, llega a ser un patrón en la vida,
que se repite una y otra vez en función de apaciguar los deseos fisiológicos y
psicológicos de estar y compartir con alguien sin ningún interés en pactar
compromisos posteriores. Un deseo producto de un "instinto"
primigenio de la humanidad no es cosa fácil de evadir. Persistirá, y en tanto
más queramos disimularlo, mayor será nuestra impotencia para su control.
¿Cuál es el camino a tomar?
Puedo decidir seguir con mi vida como si nada ocurriera,
tener una pareja o no, ser infiel o no, etc., pero la mejor forma de seguir
adelante sin faltar a nuestras verdaderas necesidades es apelando al sentido
común. La conducta promiscua no es mala per se desde el punto de vista
biológico; es mal vista, eso sí. Psicológicamente no es muy recomendable, pues
a la larga sólo ocasiona un profundo sentimiento de vaciez emocional y baja
autoestima. Recuerda que el impulso puede ser fuerte, y las consecuencias,
devastadoras.
El tener una condición de soltería, con todo el sentido de
la palabra, no es motivo para dar rienda suelta al acto sexual promiscuo y
desenfrenado. Eso sólo denota falta de amor propio e irresponsabilidad frente a
las consecuencias indeseables. A menos que no te haga sentir esa a veces
inevitable tristeza existencial puedes tener cuantos encuentros quieras. El
problema detrás de toda esta diversión pasajera se oculta en aquello que no se
ve a simple vista; vale mencionar las enfermedades mortales y los rumores
ardientes que tarde o temprano levanta la gente a tu alrededor.
Para aquellos que cobijan la idea de que la promiscuidad no
tiene nada de malo y que se trata más bien de una conducta natural del hombre,
creo que sí, en efecto, saciar una necesidad por su misma naturaleza de ser no
es malo, por el contrario, alivia tensiones acumuladas. Lo malo radica en
obsesionarse de forma desmedida por esa opción como solución a todos los
problemas de relación, pues a la larga sólo incrementa el sentido de desvalía y
la indiferencia al verdadero amor.
No hay comentarios:
Publicar un comentario