"Oikodomein", la revista de la Comunidad Teológica
de México, publicaba en el año 2007 el libro de Thomas Römer y Loyse Bonjour,
"La homosexualidad en el cercano Oriente antiguo y la Biblia". Un
libro de imposible adquisición en España. A propósito del libro el teólogo
mexicano Leopoldo Cervantes-Ortiz escribía en Lupa Protestante el artículo que
a continuación transcribo en mi blog:
I
Creo que no quedarán dudas sobre la audacia de publicar un
libro sobre la homosexualidad a partir de la Biblia en un medio tan restringido
para estos temas como es el evangélico en México (y yo agregaría América
Latina) debido a la mentalidad social tan estrecha, todavía, para estos temas
en pleno siglo XXI. Los cambios de la legislación no pueden imponer
transformaciones de hábitos y prejuicios vistos como ancestrales, especialmente
en sociedades tan profundamente machistas como la nuestra, acostumbradas a
marginar y satanizar a grupos sociales como gays y lesbianas, pero también
indígenas, niños, pobres, extranjeros, etcétera.
Con todo, el reconocimiento paulatino de la homofobia es un
paso adelante en el camino a la aceptación de la diversidad humana que ha sido
negada sistemáticamente con todos los argumentos habidos y por haber. La
negación de las opciones sexuales de las personas es un rostro más del
fundamentalismo que intenta establecer límites a cuanto aspecto de la conducta
humana tiene acceso. La llamada de atención de Römer y Bonjour a una lectura
desprejuiciada de los textos bíblicos es muy de agradecerse pues, armados con
las herramientas contemporáneas de análisis, llevan a cabo un acercamiento
respetuoso a secciones específicas de la Biblia, a partir de los cuales trazan
líneas interpretativas que pueden ser útiles para emitir juicios menos
dominados por la ideología patriarcal predominante.
Por lo anterior, planteo a continuación un conjunto de
posibles respuestas a las previsibles críticas que recibirá este libro desde
las trincheras evangélicas tradicionales. Primero, este libro no defiende la
homosexualidad, porque este fenómeno no necesita defensores sino hombres y
mujeres dispuestos al diálogo con la diferencia y con las posibilidades
hermenéuticas contenidas en los textos bíblicos en el sentido de que la
experiencia sexual de la antigüedad no coincide, necesariamente, con los
criterios de hoy. Segundo, el libro tampoco justifica la homosexualidad, puesto
que trata de entenderla desde una revisión de la forma de expresión de los
sentimientos y afectos de otras épocas, además de que la forma convencional de
valorar ciertas actitudes es impuesta a los textos bíblicos por la cultura
predominante. Tercero, tampoco promueve la homosexualidad debido a que la elección
de orientación sexual, vista como un acto consciente y reflexivo, constituye
una decisión libre que no puede ni debe ser violentada por nadie, pero tampoco
debe entenderse como una situación ideal, transmisible por medios coercitivos a
otras personas.
II
La perspectiva histórico-cultural de la primera parte del
libro es un trasfondo insustituible para situarse cronológica y especialmente
en un medio desconocido como es el Cercano oriente, aunque también habría que
decir que ni siquiera conocemos con certeza las costumbres del México
prehispánico, adonde también puede rastrearse el tema de la homosexualidad y
nos esperan muchas sorpresas, puesto que, por sólo mencionar un detalle, los
mexicas reprobaban la tolerancia hacia la homosexualidad que se practicaba en
otros pueblos como los chichimecas, otomíes, yaquis, coras y huicholes.[1] Pero
dada la familiaridad con algunos textos bíblicos posteriores o contemporáneos
de la etapa estudiada por Römer y Bonjour, es preciso comprender las
mentalidades mesopotámica y egipcia, pues a partir de ellas puede intentarse la
reconstrucción de lo que aparece en textos tan conflictivos como los códigos
legales y los relatos referidos al periodo monárquico.
Así, los capítulos segundo y tercero se sumergen
precisamente en este tipo de textos, subrayando, para el caso de los documentos
legales, que “esta cuestión no es para nada un tema capital para los autores
bíblicos, que sólo la tocan de vez en cuando y no la tratan nunca por sí misma”
(p. 41). Más llamativo es el tema colateral de la transformación de Yahvé en un
dios trascendente y asexuado, un aspecto que debería llamar nuestra atención a
la influencia de la sexualidad en la conformación de la imagen de Dios en las
conciencias. En este marco, la “administración de la sexualidad”, recuerdan los
autores, “forma parte de la nueva identidad del judaísmo naciente en la época
persa” (p. 53), es decir, que existe un componente de construcción identitaria
ligado a la imagen del “Dios necesario” para las nuevas condiciones sociales,
culturales y religiosas del momento. A su vez, la interpretación “sexual” de
los sucesos de Sodoma y Gomorra se estableció como un lugar común en la cultura
occidental, llegando a incluirse en tratados de derecho criminal. Su
paralelismo con la historia de Jueces 19 es asimismo inquietante dada la
extrema dosis de violencia que aparece en estas narraciones.
En el caso de la historia de David y Jonatán, la comparación
con la Epopeya de Gilgamesh ofrece un paralelo cultural que realza los lazos
afectivos de amistad y fidelidad que son reconocidos culturalmente en la
praxis, pero no desde un punto de vista de superación de la homofobia. La
elegía de David por la muerte de su amigo es una expresión profunda de estos
lazos que fueron, al parecer, más allá del honor familiar y conyugal. La
reflexión de Römer y Bonjour sobre el sentido de Gilgamesh es relevante y
aplicable al análisis comparativo con la historia bíblica:
La epopeya de Gilgamesh puede leerse como una narración de
aventuras que escenifica la vida de los dos héroes, pero al mismo tiempo es más
que una leyenda. La historia de Gilgamesh propone una profunda reflexión sobre
la condición humana, sobre la civilización, la cultura, y sobre lo que
diferencia al hombre del animal y de los dioses. El hombre no es un dios,
porque no puede escapar de la mortalidad, ni un animal, porque sabe usar la
sexualidad para otros fines que la reproducción y porque puede ligarse en
amistad y amor con sus pares. (p. 88)
Finalmente, el breve capítulo dedicado al Nuevo Testamento
ilumina ampliamente la perspectiva de los lectores, pues ubica con rigor el
papel de la escuela paulina en la comprensión de la homosexualidad como un
pecado:
La descripción de este “antiguo mundo” muestra el fuerte
arraigo de Pablo en su cultura, la del judaísmo helenístico, del que fue, antes
de su conversión, uno de los más ardientes defensores. La enumeración de los
vicios de los paganos en una larga lista de comportamientos alejados de las
normas y destructores es, en efecto, un tema recurrente y un lugar común de la
apologética judía contra los paganos. La manera en la que Pablo presenta y
describe el pecado en el que estos últimos viven es característica de la mirada
que el judaísmo dirige sobre las costumbres de los gentiles: une idolatría,
relaciones sexuales cuyo fin no es la procreación, pulsiones incontroladas y
violencia.
Por consiguiente, Pablo no crea una nueva ética cristiana de
la sexualidad, pero, además de la filosofía estoica, se inspira en textos
bíblicos como Levítico 18 y 20, para de manera general poner en guardia contra
una sexualidad que ligaría al hombre con un mundo que va a desaparecer. El
autor de la primera epístola a Timoteo retomó las reflexiones de Pablo en una
situación en la que el cristianismo había tomado conciencia de que el mundo
actual corría el riesgo de perdurar. Fue así el primer lector “fundamentalista”
de Pablo, porque retomó sus consejos sin tomar en cuenta el hecho de que Pablo
esperaba el advenimiento inminente del reino de Cristo. (pp. 115-116)
Lamentablemente, muchas posturas actuales, inspiradas
supuestamente en el legalismo paulino, están muy lejos de entender el horizonte
escatológico de Pablo, y resultan dañinas por entrar en contradicción con el
postulado evangélico del amor. Parecería como si, ante el silencio de los
Evangelios, la última palabra la tuviese, con todo el peso de su autoridad
canónica, la tradición paulina filtrada por sus intérpretes interesados en
radicalizar algunas actitudes intolerantes.
[1] Cf. N.A. Lucas Bartolo, “Aceptaron las culturas
prehispánicas la homosexualidad”, 27 de junio de 2005, en Anodis. Agencia de
Noticias sobre la Diversidad Sexual, www.anodis.com/nota/4948.asp, nota
referida a la conferencia del doctor Guilhem Olivier, miembro del Instituto de
Investigaciones Históricas de la UNAM (junio de 2005); “Homosexualidad
castigada por mexicas”, 7 de septiembre de 2006, www.anodis.com/nota/7688.asp;
así como las opiniones de Héctor Domínguez Ruvalcaba, investigador de la
Universidad de Denison, Ohio, en Antonio Medina, “Queer: la seducción de la
diferencia”, en Letra S, supl. de La Jornada, 2 de octubre de 2003,
www.jornada.unam.mx/2003/10/02/ls-queer.html: “En ese sentido tenemos figuras
religiosas, como los chamanes y los mayordomos, que vienen de una tradición
prehispánica, porque en varias culturas, como la totonaca, el sacerdote era un
personaje homosexual. En México tenemos muy arraigada esta tradición, el
personaje homosexual de los pueblos es queer. ¿Por qué?, porque no conserva las
líneas de una identidad, es decir, tiene que preocuparse por inventar otras
cosas, transgredir. Uno de los argumentos viejos acerca de los hombres
homosexuales señala que la sexualidad para ellos implicaba un esfuerzo de
inteligencia mayor porque tenían que inventarse una cultura que no estaba
hecha”.
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