Charla con Thérèse Clerc, octogenaria militante feminista
francesa
México DF, abril 18 de 2013.
Thérèse Clerc es una octogenaria militante feminista
francesa y una de las protagonistas de la película Los invisibles, del director
Sébastien Lifshitz.
¿Percibe usted hoy un
incremento del prejuicio homofóbico en Francia?
Hoy existen en Europa condiciones sociales que son
catastróficas. Hay miseria y hay desempleo. Por lo menos en la parte sur de
Europa. La gente vive con mayor angustia y la gente angustiada se vuelve de
pronto reaccionaria. Hay racismo y también sexismo. Vemos también el factor
musulmán, producto de una fuerte colonización francesa.
Tenemos por ello una gran inmigración musulmana, y parte de
esa inmigración es profundamente homofóbica, sobre todo la población joven, la
que se educa en escuelas coránicas. Europa vive un momento histórico bastante
caótico.
La economía no funciona bien y cuando eso sucede la gente
tiene miedo, y al tener miedo la gente se excita demasiado. En este momento no
tengo una opinión muy buena de Europa. Asistimos a una suerte de fin de
civilización. La vieja Europa comienza a desmoronarse. Hay raíces pequeñas que
crecen, en la transición ecológica, en la transición energética, en todo lo alternativo,
aquello que denominamos creatividades culturales y que hoy ofrecen algo de
esperanza.
Se trata de una nueva globalización de lo alternativo. Los
alemanes tienen un filósofo importante, Ernst Bloch, que dice que la utopía
consiste en plantar las raíces del futuro, que conducirán a una nueva
civilización. Pienso que hoy también asistimos a eso.
¿Qué papel juega la
juventud en este proceso?
Desafortunadamente, buena parte de la juventud en Europa
carece hoy de una fuerte conciencia política. Su pasión es primordialmente la
música y todo lo electrónico. Hay un salto a la modernidad, pero también un
retroceso en materia de comunicación. Me sorprende la manera como en México la
gente se toca y se abraza, siente libre su cuerpo, y eso es una actitud cultural
estupenda. En Francia esto se reprime mucho y es una gran limitación cultural.
Por mi parte, he conquistado cierta libertad para hablar,
por el hecho de ser una mujer anciana. La vejez es la edad de la libertad.
Cuando veo a gente con fuertes reticencias en el terreno de la sexualidad, les
recuerdo que la sodomía existe también en las prácticas heterosexuales, pero de
eso nunca habla nadie. Me parece que a los homosexuales se les juzga, incluso
se les odia, porque no tienen hijos, porque no tienen descendencia. Y no me
canso de repetir que no conviene procrear demasiado en nuestros días. Somos 7
mil millones de personas en el planeta, y para el 2050 seremos 9 mil millones.
Todo eso en un planeta que al mismo tiempo estamos
destruyendo. Uno de mis compromisos es combatir el desprecio a la vejez. Por
todos los rincones de Francia lo repito: la vejez no es una patología, es una
edad muy bella. Es el momento en que el placer se vive como presente. El pasado
ha quedado muy atrás y el porvenir es muy pequeño. Es necesario saborear el
momento del presente como si se tratara de la eternidad.
¿Existe hoy algún
proyecto de recuperación de la memoria histórica homosexual en Francia?
El mundo homosexual peca de cierta ligereza, fuera de los
círculos académicos donde hay gente brillante, como Eric Fassin, por ejemplo,
un gran historiador y antropólogo. Pero el mundo homosexual sigue percibiéndose
como un mundo de la festividad, de la ligereza, y en ese mundo no hay mucha
conciencia política. Están conscientes de la necesidad de una liberación, pero
no la colocan en un contexto histórico. Son personas amables, encantadoras,
pero muy despolitizadas.
¿Ni siquiera la
crisis del sida pudo despertar en ellos una conciencia política?
Sí, pero se vivió como una fatalidad. Tuvieron que pasar
diez años para entender que se trataba de una epidemia que afectaba no sólo a
los homosexuales sino un poco a todo mundo. Hay en nuestros días una realidad a
menudo soslayada: los ancianos siguen teniendo una vida sexual, y como piensan
que al ser viejos no corren un gran riesgo, no se protegen y terminan algunos
atrapando el sida. Conozco a mujeres ancianas que viven con el VIH, pero que no
se atreven a decirlo.
*Publicado en el número 201 del Suplemento Letra S del
periódico La Jornada el jueves 4 de abril de 2012
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