A partir de la antología titulada : De amores
marginales (1996), de la cual soy autor, se ofrece un panorama de la
temática homosexual centrada en el relato de autores mexicanos, desde los
textos precursores surgidos a mediados del siglo xx hasta los ejemplos más recientes. Este recorrido
establece la diversidad de propuestas literarias de la denominada, por algunos
críticos, « literatura gay » como respuesta al poder represivo que ha
ejercido la sociedad en contra de las diferencias sexuales. Se trata en
principio de poner en evidencia cómo es que la intolerancia moral, escolar,
familiar y religiosa condujeron a una autocensura de los propios escritores,
que evadieron el abordaje de determinados problemas individuales por
considerarlos lesivos para los valores dominantes de la época. En conclusión,
el artículo intenta demostrar que la literatura de tema homosexual surge a
partir de los narradores pertenecientes a la Generación de Medio Siglo, quienes
rompieron con los prejuicios culturales y los tabúes morales de su tiempo,
produciendo una auténtica literatura de transgresión que permitió la
apertura a la modernidad.
Por: Enrique Serna
Circuito cerrado
En 1996 la Universidad Veracruzana publicó la antología titulada
De amores marginales, en la que reuní 16 relatos de tema homosexual de
escritores pertenecientes a diferentes generaciones y estéticas literarias. Aun
cuando abundaban en el mercado antologías de muy diversas temáticas – de las
denominadas de autor a las organizadas por regiones, hasta entonces no se había
editado en México una recopilación parecida. Por consiguiente, Amores
marginales era un libro fuera de serie en virtud de su asunto, no obstante
que ya existían varias novelas de mérito sobre el mismo tema, como El
diario de José Toledo, El vampiro de la colonia Roma, Utopía gay, Las
púberes canéforas, entre otras. Si el género novelístico permitía al autor
incursionar en todos los campos de la experiencia humana, en cambio en el
cuento pasaba inadvertido el tema de nuestro interés. Es así que en el
abundante corpus consultado de los autores mexicanos surgidos en el lapso
comprendido de mediados del siglo XX al momento de aparición del libro, sólo
encontré los 16 relatos reunidos, dos de ellos entonces inéditos :
« Sólo era un juego », de Víctor Rejón, y « Callejón », de
Héctor Domínguez Rubalcava. Un número en verdad escaso si consideramos que
también los cuentistas han incorporado a sus textos los conflictos de mayor
incidencia en el país. Deduje que la complicada situación del homosexual
inmerso en una sociedad intolerante exigía procedimientos de representación más
complejos que los permitidos en el reducido límite de la narración breve. La
concisión propia del cuento no impidió, sin embargo, que narradores con
suficiente dominio del oficio lograran cinco piezas dignas de alcanzar el
estatus de admirables por la hondura de sus planteamientos y la complejidad de
su estructura. Se trata de « Opus 123 », de Inés Arredondo ;
« También hay inviernos fértiles », de Severino Salazar ;
« El alimento del artista », de Enrique Serna ; « De amor
es mi negra pena », de Luis Zapata, y « El vino de los bravos »,
de Luis González de Alba.
Aparte de estas consideraciones literarias, fue imponiéndose en
mi ánimo una cuestión de índole comercial que no puede soslayarse. Es la
relativa al circuito de difusión de las antologías literarias, cuyos
principales consumidores son estudiantes y profesores de enseñanza media,
participantes de talleres de redacción creativa y de círculos de lectura. Las
editoriales privadas no arriesgarían ese potencial económico publicando
recopilaciones sobre un tópico tan controvertido en México como es la
homofilia.
Ahora bien, si las prácticas homosexuales continuaban suscitando
reacciones encontradas a mediados de la década de los noventa, con mayor razón
el lesbianismo provocaba el repudio de féminas y varones. La imagen
estereotipada de la lesbiana que la opinión pública se ha hecho de ella –
hombruna, agresiva, vulgar, desaliñada – vulnera el esquema rígido del
matriarcado y pone en evidencia la sempiterna autoridad del macho sobre la
mujer. De modo que para no entrar en conflicto con los valores establecidos, la
denominada « literatura femenina », que en los años ochenta empezó a
convertirse en auténtico best-seller con las novelas Arráncame la
vida, de Ángeles Mastreta, y Como agua para chocolate, de Laura
Esquivel, suprimía casi por completo del discurso literario la presencia de las
lesbianas. Desde luego, con las excepciones de rigor como Amora, de
Rosamaría Roffiel, e Infinita, de Ethel Krauze. La omisión era
consecuencia de la autocensura y ésta de la coacción social. Un circuito
cerrado en el que víctimas y victimarios confluían en la degradación
compartida.
Los bastiones de la (im)pureza
No es exagerado afirmar que a mediados del siglo pasado, la
Revolución Mexicana había impuesto a la cultura del país una orientación
específica de la cual pocos podían salir ilesos. Me refiero al intenso
nacionalismo que contaminó todas las formas de expresión ; de la retórica
política a las estampas coloridas de los almanaques comerciales, en las que
alternaban la idealización del pasado precolombino y el ambiente campirano con
el fervor por la imagen de la Guadalupana. La vida entera estaba saturada de
símbolos laicos y religiosos que aseguraban la prepotencia de las dos fuerzas
que movían a la sociedad. La Iglesia y el Estado, en sus respectivas áreas de
influencia, imponían a la ciudadanía valores inviolables que excluían la
divergencia so pena de pasar por un apátrida o un réprobo quien osara
cuestionarlos, como le sucedió a Luis Buñuel cuando en 1950 se estrenó Los
olvidados en las pantallas de la capital, acontecimiento que desencadenó
las encendidas diatribas del gobierno y de la ultraderecha por haber mostrado
el cineasta la miseria urbana bajo la pintoresca superficie del cuerno de la
abundancia con que solía representarse gráficamente el mapa de México. La
osadía de Buñuel estuvo a punto de provocar que lo expulsaran del país
pretextando su origen español.
El clero, el Estado, la escuela y la familia, en tanto baluartes
del patriotismo y el decoro, fueron las instituciones que moldearon con mano
firme el pensamiento conservador de varias generaciones de mexicanos. Es fácil
de comprender, entonces, que en la actualidad haya brotes de resistencia a la
educación sexual en las escuelas de enseñanza básica, y que amplios sectores de
la sociedad rechacen la sola posibilidad de legalizar el aborto en el país y
muestren una actitud beligerante hacia el matrimonio de personas del mismo
sexo. Si es innegable que hay avances en el reconocimiento de los derechos
civiles de las minorías, también es cierto que el lastre del pasado continúa
gravitando sobre los grupos progresistas que, a pesar suyo, carecen de recursos
suficientes y de estrategias eficaces de convencimiento para desarraigar el
moralismo recalcitrante.
Por una reacción natural, la esclerosis mental siempre generará
voces discordantes que tarde o temprano terminan emancipándose del cerco
ideológico, los estereotipos de comportamiento social, los tabúes de la
sexualidad, el lenguaje infestado de lugares comunes y la perversa manipulación
de la Historia, creando a contracorriente un discurso alterno donde los poderes
soberanos de la imaginación están por encima de convenciones y prejuicios
atávicos. Semejante proeza la cumplieron a cabalidad los escritores de la
Generación de Medio Siglo, así nombrados porque empezaron su actividad cultural
de impronta cosmopolita en la década de los cincuenta, cuando la vida dependía
de las decisiones unilaterales del partido único – el PRI –, de los dictámenes
de los censores de espectáculos y publicaciones de la Secretaría de Gobernación
o la Liga de la Decencia, y de las estrictas medidas de control de la
sexualidad. Sus obras de juventud se publican en el momento en que empezaba una
pugna sorda en el arte entre dos antagonismos irreconciliables :
nacionalismo y universalidad. Esta controversia de intenso tinte político
propiciará la aparición de libros claves de los años cincuenta. Me refiero a El
laberinto de la soledad, de Octavio Paz ; Confabulario, de
Juan José Arreola ; El llano en llamas y Pedro Páramo,
de Juan Rulfo ; Polvos de arroz, de Sergio Galindo ; Los
días enmascarados y La región más transparente, de Carlos
Fuentes. Esta novela, al igual que los títulos citados, servirá de puente para
que en la década siguiente la Generación de Medio Siglo produzca sus escritos
de madurez y, con ellos, impulse una nueva sensibilidad, descubriendo a los
lectores los desconcertantes territorios de la pasión y la ignota geografía del
cuerpo, zonas que permanecían excluidas del interés de la literatura de cuño
realista, preocupada por denunciar el rotundo fracaso de la revolución
institucionalizada.
Los escritores que la integraron son, qué duda cabe, los
verdaderos forjadores de la narrativa contemporánea. Baste mencionar a Inés
Arredondo, Sergio Pitol, Elena Poniatowska, Salvador Elizondo, Juan Vicente
Melo, José Emilio Pacheco, Carlos Monsiváis. En otra vertiente experimental
encontramos a los jóvenes de la Onda, que consiguieron dar carta de ciudadanía
en la república de las letras al lenguaje de los adolescentes clasemedieros de
la metrópoli. Sin los hallazgos de estos grupos, y de los escritores de
diferentes generaciones que les acompañaron en la empresa de dinamitar las
caducas estructuras literarias, la literatura mexicana no sería lo que es hoy
día : un conglomerado de autores de las más diversas tendencias
artísticas, inmersos en la búsqueda de formas, técnicas y temáticas sugerentes,
ajenos a cualquier restricción moral o ideológica. Los escritores de medio
siglo, junto a cineastas y artistas plásticos con el mismo espíritu renovador,
demolieron la cripta en que se había encerrado a la cultura nacional, concebida
como espejo del estatismo del régimen y del puritanismo religioso.
Novelas y cuentos brindaban un calidoscopio de temas insólitos
para la época, donde las variantes del erotismo, el ejercicio pleno de los
sentidos y las imprevistas reacciones de la naturaleza humana ponían en crisis
los límites del pudor. Las relaciones lésbicas, la pasión incestuosa, la
homosexualidad, el cuestionamiento de la institución matrimonial, los secretos
rituales de la sensualidad, el sadomasoquismo, la inestabilidad de la pareja,
el desdoblamiento de la personalidad, los viajes iniciáticos, la soledad, la
locura y las metamorfosis del Mal son, en síntesis, los contenidos de páginas
notables e intensas que anticipaban, como La dolce vita de Federico
Fellini, el ocaso de un mundo y el advenimiento de otro, carente de
seguridad y de verdades rotundas.
Desde luego, la reacción no se hizo esperar. Los misoneístas y
los pudibundos lanzaron enconadas diatribas en contra de lo que consideraban
« extranjerizante », « malinchista » e
« inmoral », por atentar en contra de las buenas costumbres y herir
el chovinismo de los mexicanos. De paso conviene recordar el significativo
silencio que en ocasiones asumió la Academia ante los desplantes de la reacción
para no comprometer el pequeño coto de poder que mantiene hasta la fecha. Pero
a pesar de la enconada resistencia de los conservadores de cualquier bandera –
nacionalistas, izquierdistas o católicos recalcitrantes –, las estructuras
monolíticas del presidencialismo comenzaron a ceder con la irrupción del
movimiento estudiantil del 68. Frontera que separa, de un solo tajo, el México
arcaico y el moderno.
El monstruo bicéfalo
Sin estos mínimos antecedentes no es posible entender la
evolución del tema homosexual en la narrativa de las últimas cuatro décadas. Su
desarrollo ha sido paralelo a la actividad de la comunidad gay y de los
militantes de izquierda por conseguir el reconocimiento de sus derechos civiles
que la sociedad les usurpaba. Es harto sabido que hasta hace pocos años, los
homosexuales y las lesbianas ocupaban el último peldaño en la estima social por
llevar a cuestas el estigma de « aberraciones de la naturaleza ».
Prueba contundente de la exclusión es la prodigalidad del lenguaje coloquial en
palabras y expresiones ofensivas designadas a personas de orientación sexual
diferente a la establecida. El homosexual es calificado de
« afeminado », « rarito », « lilo »,
« asaltabraguetas », « joto », « choto »,
« desviado », « invertido », « volteado »,
« loca », « maricón », « marica »,
« mariquita », « mayate », « mariposón »,
« puñal », « puto », « cacha granizo »,
« del otro lado »… En el caso de las lesbianas, el vocabulario que
las sobaja es más restringido pero no por eso menos hiriente :
« marimacho », « machorra », « manflora »,
« tortillera », « trailera », « generala »,
« livais », « lesbichi », « frota pelucas », son
algunos de los epítetos que las descalifican del sector femenino. Si uno de los
signos evidentes de la represión es la violencia, sea verbal, psicológica o
física, las continuas agresiones a hombres y mujeres de sexualidad distinta
llenan un expediente bastante abultado de vejaciones. Desde los ultrajes del
lenguaje corriente, pasando por los constantes anatemas de la Iglesia, hasta la
complicidad de las autoridades en las extorsiones, razzias y golpizas,
se ha trazado un círculo de infamia que aún prevalece en el ambiente sórdido de
los homosexuales pobres, mientras que los de clase media y alta han mejorado su
estatus en comparación con la situación de marginalidad que incluso ellos
padecían hace treinta o cuarenta años. Valgan dos ejemplos paradigmáticos a
propósito de lo dicho : « No me quiten lo poquito que traigo » y
Fruta verde. El cuento de Eduardo Antonio Parra denuncia la brutalidad
de la policía en el hecho de golpear, sodomizar y robar a un travesti el
« poquito » dinero obtenido en una noche de trabajo ; mientras
que la novela de Enrique Serna trata de la carrera ascendente del dramaturgo
tabasqueño Mauro Llamas en el ambiente artístico capitalino después de probar
los sinsabores de la estrechez y del ninguneo.
Si la sexualidad es una construcción social, quiere decir,
entonces, que no es autónoma, pues depende de las representaciones y
limitaciones del imaginario colectivo. Por eso el cine comercial también sacó
partido de la homofobia en las denominadas películas de « ficheras ».
Estas cintas de pésima factura iban dirigidas a la clase media baja y popular
que abarrotaba las enormes salas antes de la aparición del video como fenómeno
masivo. Condimento indispensable de estas películas, en las que no podían
faltar los padrotes, los chistes vulgares, las situaciones absurdas y las
mujeres desnudas, era la esperpéntica figura del gay, objeto del manoseo y de
las bromas procaces de los machos calenturientos y confidente de los
infortunios de las vedettes y las meretrices. Mediante esta clase de
películas, clasificadas en el rango de « comedias » o melodramas para
adultos, el cine comercial fomentó el estereotipo del homosexual en el
imaginario del público. Mediante la exageración reiterada de determinadas
características del personaje gay, la caricatura cayó en la completa falsedad
al extender lo particular a lo general, dando por supuesto que todos
los homosexuales eran así. La voz chillona, el maquillaje ramplón, los ademanes
amanerados, los movimientos de cadera y la vestimenta estrafalaria eran los
aditamentos comunes de la caracterización, a los que se agregaba su actitud
servil con las hetairas, los clientes y el propietario del local. Completaban
el cuadro los oficios que desempeñaba como mesero, modisto o peluquero.
Esta figura de fantoche, apta para provocar la risotada o el
rechazo, pasó a constituir la representación icónica del gay en la serie de
bodrios que invadieron las pantallas en el lapso comprendido de los setenta a
los noventa. El éxito de taquilla desplazó a los filmes que intentaron ofrecer,
en vez de caricaturas, personajes y tramas de cierta complejidad. En las
realizaciones menos convencionales, la homosexualidad no era motivo de mofa
sino « de reconocimiento de lo diferente », en palabras de Bernard
Schulz-Cruz, autor de Imágenes gay en el cine mexicano. Algunos
argumentos provenían de las adaptaciones que hacían los guionistas, en
colaboración con los propios autores, de novelas, cuentos o piezas teatrales.
Sirvan de referencia las cintas basadas en las obras de títulos
homónimos : El lugar sin límites de José Donoso, Doña
Herlinda y su hijo de Jorge López Paéz, El verano de la señora Forbes
de Gabriel García Márquez, De noches vienes, Esmeralda de Elena
Poniatowska, Ámsterdam Boulevard de Jesús González. Además de estas
películas, en otras filmaciones participaron escritores de renombre en la
elaboración del guión y de los diálogos. Son los casos de Hugo Argüelles,
Vicente Leñero, José Emilio Pacheco, José Joaquín Blanco, Manuel Puig, Juan
Manuel Torres. Tres películas pueden servir de referencia : La
primavera de los escorpiones, Fin de fiesta y El otro.
Pero el intento renovador de los realizadores se vio forzado a
dar concesiones a las exigencias del mercado para que sus productos tuvieran
acceso al circuito de la distribución comercial. La necesidad los obligó a
recurrir al morbo y a las convenciones tremendistas en una abigarrada
combinación de desnudos femeninos, escenas eróticas de parejas heterosexuales,
cuerpos masculinos con los genitales cubiertos, y temas
« escabrosos » asociados a la homosexualidad, declarada o latente, de
un protagonista torturado por su condición e instigador del conflicto central
de la trama. Sólo mediante tales estrategias el « drama gay » podía
captar la atención del público, además de recuperar el costo de la inversión de
los productores privados cuando faltaba el soporte económico oficial o de
alguna institución cultural.
De estos avatares concluimos que en los últimos treinta años del
siglo XX, la industria fílmica nacional produjo dos clases de
homosexuales : el cine picaresco mostraba a un ente pasivo que recibía
condescendiente las afrentas del vulgo ; mientras el « cine de
aliento » descubría la crisis de un sujeto ofuscado que volcaba sus
conflictos interiores en actos desmedidos que degeneraban en conductas
patológicas. Del cruce de estas películas surgió un monstruo bicéfalo de lados
opuestos pero complementarios : una criatura en constante crisis de identidad
o un estereotipo fraguado a conveniencia de los intereses económicos de quienes
lucraban con los instintos reprimidos y sádicos de una audiencia deformada por
la televisión, la prensa amarillista, la carencia de educación y los prejuicios
homofóbicos.
Desde la perspectiva actual, da la impresión de que a partir de
los setenta la moral oficial se hubiera ablandado en la fiscalización de los
espectáculos y las publicaciones a extremos impensables diez años antes. A su
modo, el país vivía la euforia del « destape ». Los desnudos
femeninos comenzaron a proliferar en el cine, los teatros de variedades y las
revistas de espectáculos. En cambio, la televisión mantuvo una actitud
hermética por ser el principal vehículo de entretenimiento de la familia. En
México está probado que lejos de ser la moral una cuestión de principios, es
una estrategia de manipulación adaptada a las necesidades económicas y
políticas de los grupos en el poder. De ahí la elasticidad de la ley y la
frecuente yuxtaposición de lo permitido y lo prohibido.
Para comprender mejor las reglas del juego, hay que recordar el
desprestigio mayúsculo en que cayó el régimen unipartidista después de la
masacre de Tlatelolco. A los hechos sangrientos sucedieron la impotencia, el
rencor y la completa desconfianza hacia el Estado que había puesto al
descubierto el rostro despiadado de cualquier dictadura latinoamericana. Por
eso, al suceder Luis Echeverría a Gustavo Díaz Ordaz en la presidencia de la
República – principales causantes de la muerte de cientos de personas –, el
nuevo mandatario procuró mejorar la imagen despótica de su antecesor
disminuyendo las prohibiciones, mostrando solidaridad con los exiliados
políticos del Cono Sur y fundando organismos estatales en apoyo a las
expresiones culturales. Esta apertura, que continuarían los demás presidentes
por razones de táctica política, intentó sobornar a la intelligentsia y
dio pauta para que la iniciativa privada, aprovechando la coyuntura, comenzara
a explotar un filón que permanecía intocado : la industria del sexo. Como
era de esperarse, la calculada libertad de expresión propició la recurrencia de
audacias eróticas imposibles diez años antes en la cinematografía nacional. Muy
pronto las pantallas, los escenarios y los quioscos fueron invadidos por películas,
espectáculos y revistas semipornográficas que circularon por todo el país,
facilitando de paso la exhibición de filmes extranjeros que eran vetados por la
censura. Las funciones de medianoche congregaron a cientos de voyeuristas
que satisfacían sus fantasías eróticas en las imágenes porno que la pantalla
les brindaba generosamente a falta de estímulos reales, pues en la intimidad
machos y hembras mantenían sus respectivas actitudes de dominio y sumisión en
el desempeño de la sexualidad.
Ante la avalancha productiva del comercio del sexo, es elocuente
que el Estado prestara oídos sordos a los anatemas lanzados por los mojigatos
en contra de la « desviación de las costumbres y de la moral ». La
estratagema del poder consistía en ofrecer a la sociedad el rostro de la
tolerancia, cuando la realidad demostraba que bajo la fachada liberal con
matices izquierdosos persistía la represión política.
En este ambiente enrarecido por el disimulo, el cinismo, la
demagogia y la constante crisis económica que irá disminuyendo el poder
adquisitivo de la clase media, encontrarán su dinámica la literatura y el
movimiento gay.
La periferia es el centro
Aprovechando la hipocresía del régimen, las lesbianas y los gays
setenteros y ochenteros decidieron salir del clóset y de sus espacios
reservados, para manifestarse públicamente en demanda del respeto a la
diferencia sexual y el cese a las continuas medidas represivas con que las
autoridades violaban sus más elementales derechos. Una activa defensora de las
minorías fue Nancy Cárdenas, escritora, traductora y directora de teatro, quien
en junio de 1971 comenzó a organizar reuniones en su departamento en favor de
la emancipación gay. Conocida con el epíteto de « La lesbiana de
México », en 1974 escenificó en un teatro capitalino Los muchachos de
la banda, adaptación de la pieza de Mart Crowley, primera puesta en escena
con tema gay realizada en México. Pese a las dificultades impuestas por la
censura de un delegado de la colonia donde se efectuó la representación, la
obra inició una serie de actividades dirigidas a reafirmar el Movimiento de
Liberación Homosexual. En agosto de 1975, Nancy Cárdenas promovió, con Carlos
Monsiváis y Luis González de Alba, la publicación del primer manifiesto en
defensa de los homosexuales, que sólo tuvo acogida en el suplemento México
en la cultura de la revista ¡ Siempre ! Respaldaron el
alegato numerosas firmas de importantes intelectuales y artistas que apoyaban
la causa. Después sobrevino un año clave : 1978. Se cumplía el décimo
aniversario de la matanza de Tlatelolco y con este motivo los sectores
reprimidos organizaron la Marcha del Orgullo Gay para reafirmar sus peticiones,
que desde esa fecha viene celebrándose en junio de cada año.
Las iniciativas de Nancy Cárdenas, auténtica pionera de la causa
gay, son los antecedentes de las luchas que libran hasta hoy los grupos
denominados del « tercer sexo » por legitimar el derecho a la libre
elección de pareja. La aprobación de la Ley de Sociedades de Convivencia de
personas de igual sexo en 2006 y la legalización del matrimonio gay en 2010,
ambos hechos ocurridos en el D. F., son las conquistas a las que apuntaban
aquellos memorables combates librados en los años setenta en contra del rabioso
puritanismo.
Transgresiones
Las condiciones estaban dadas para que, en 1979, Luis Zapata
publicara la contundente novela El vampiro de la colonia Roma, que
causó furor en el momento de saltar a las librerías por la audacia del tema,
las escenas escatológicas, la novedad de los procedimientos técnicos, la
« procacidad » del lenguaje y la peculiar estructura del relato.
Mediante una grabadora, el autor implícito registra la historia de iniciación
del joven Adonis García en el sórdido oficio de prostituto, que en parte eligió
presionado por la pobreza y en parte por disfrutar el sexo sin mayores trabas
que las del hartazgo. La degradación física y moral de Adonis corre paralela a
su progresivo ascenso social conforme va siendo más estricto en la elección de
los clientes y aprende a cotizarse de acuerdo con las tarifas del mercado de la
putería. Recurriendo a los artilugios de la novela picaresca, a la parodia del
relato de aprendizaje y a la inversión de las funciones del vampiro – Adonis
succiona semen, no sangre –, Luis Zapata creó otra dimensión de la novela gay
en la que combina aquellas cualidades que Julio Cortázar pedía a la
literatura : « experimentación, combinación, desarrollo de
estrategias », con un espíritu lúdico que no descarta el melodrama y una
calculada dosis de humor para ofrecer la inestabilidad emocional de un ser
atrapado en el espejismo de la metrópoli.
El vampiro de la colonia Roma dio un giro completo a la
narrativa de tema gay, hasta ese momento mesurada en su lenguaje y en sus
planteamientos a consecuencia de las presiones del entorno social. En efecto,
las novelas y relatos anteriores adolecían de falta de intensidad, evitaban la
descripción directa de actos sexuales, mantenían el lenguaje en los límites de
lo « correcto », y reincidían en destacar la tortura psicológica de
los protagonistas atormentados por la imposibilidad de sacar a la superficie
los impulsos secretos de su naturaleza. Puestos en la mira de los prejuicios
dominantes, los escritores fueron precavidos en el tratamiento literario del
tema.
Pero a pesar de las restricciones advertidas, las obras
iniciales marcan el surgimiento en la literatura mexicana de unos personajes
atípicos que en las obras de Luis Zapata y de sus continuadores romperán con
las ataduras del pudor para mostrarse tal como son. En otras palabras, es el
camino de la timidez a la liberación, del escamoteo del cuerpo a la
desnudez, del amor platónico a la carnalidad del deseo.
La odisea empieza en el periodo de los cincuenta con dos textos
fundacionales : el cuento de Jorge Ferretis « Los machos
cabríos », y la novela corta de Emilio Carballido El norte. El
primero enuncia en tono humorístico el caso de un guardia nocturno al que le
practican una operación quirúrgica a mansalva para corregir su « parcial
atrofia testicular ». Esta modificación, en vez de resultar fatídica para
el paciente, le concederá el beneficio de la virilidad, y con ello, que la
gente deje de juzgarlo « rarito ». Publicado en 1952, en el volumen El
coronel que asesinó un palomo, el cuento sorprende por la originalidad de
su planteamiento cuando en México nadie imaginaba que la ciencia pudiera mutar
los órganos sexuales. En cambio, la nouvelle de Carballido concierne a
la intensa atracción que se suscita entre un joven y un maduro aventurero en el
ambiente tórrido del puerto de Veracruz, con la subsecuente transformación
interior del muchacho, que pasa de la inseguridad a la conciencia del sí. Por
la índole del conflicto que plantea, El norte pertenece a la tradición
del relato de iniciación, y a mi parecer es el remoto antecedente de la novela
de Enrique Serna Fruta verde, editada en 2004.
Luego de este afortunado despegue, la peripecia gay seguirá
adelante ya en plena euforia de los sesenta a través de autores tan disímiles
como Carlos Fuentes, Jorge López Páez, Juan Vicente Melo, Miguel Barbachano
Ponce y José Ceballos Maldonado, por mencionar a los más conocidos. En el relato
de Fuentes : « La víbora de la mar », incluido en Cantar
de ciegos, la pareja gay es un recurso efectista con el que concluye la
historia del viaje marítimo de la solterona en el preciso momento en que la
dama sorprende a su enamorado en la cama con otro hombre. Los cuentos de López
Páez, « El viaje de Berenice », y Melo, « Los amigos »,
remiten a la homosexualidad en forma velada en un acto de autocensura dispuesto
a evitar cualquier comentario de doble filo. Por el contrario, la novela de
Barbachano, El diario de José Toledo, enfrenta sin eufemismos el drama
de la otredad en la desdichada aventura amorosa de un joven anodino de clase
media baja incapaz de escapar del círculo férreo de los prejuicios familiares y
sociales que impiden su realización personal, induciéndolo a la
autodestrucción. Si El diario de José Toledo denuncia la
moralina de los chilangos, la novela ejemplar Después de todo, de José
Ceballos Maldonado, enfoca el problema desde la atmósfera claustrofóbica y
recatada de la provincia a finales de los sesenta. Es ejemplar porque muestra
con lujo de detalles el funcionamiento de los mecanismos de represión de la
sociedad ultraconservadora de Guanajuato, dirigidos a expulsar a los sodomitas
de los espacios consagrados a la « decencia » y a la « buena
crianza » ; es decir, de los círculos familiares y la escuela. El
pecado del profesor Lavalle, antihéroe de la novela, consiste en haber
transgredido estos modelos, declarándose homosexual. El linchamiento moral y la
rescisión del contrato de trabajo obligarán al profesor a exiliarse en el
infierno cosmopolita de la ciudad de México. Sobreviviendo a la derrota, dejará
los últimos vestigios de su dignidad en los bolsillos de los amantes en turno.
Tal es el panorama de la literatura gay que visualizamos a
finales de los sesenta. De los ejemplos mencionados deducimos dos vertientes
paralelas y convergentes : la que omitía descripciones
« escabrosas » o referencias explícitas al tema para esquivar el
boicot de la censura, y la que abordaba la condición homosexual como una
situación límite que destruía la vida de los protagonistas. Por
complementación, ambas vertientes coincidían en darle la vuelta a
cualquier descripción puntillosa de los trasiegos sexuales con el fin de no
incurrir en referencias « obscenas » o
« indecentes » ; pues a pesar de que el país entraba a paso
lerdo en la modernidad, el decoro debía permanecer a salvo de la perniciosa
influencia de la cultura pop norteamericana y de la liberación sexual.
Si hacemos un ajuste de cuentas con el pasado, hay que medir
esta distancia en función de la época de referencia y compararla con la
actualidad. La doble perspectiva – comparar el pasado y el presente –
permite una ampliación de miras en la evolución de la narrativa
homosexual, más que una simple descripción de las obras enmarcadas por la
crítica dentro del común denominador de « literatura gay » en virtud
de sus características específicas. El corpus que agrupa cuentos, novelas y
noveletas ya es extenso, y por lo mismo amerita un acucioso estudio de los
variados matices, interpretaciones, enfoques y modalidades que ha recibido el
tema desde que ingresó en el recinto de las letras nacionales hace seis
décadas.
Es significativo que a partir de la década de los setenta, las
historias homoeróticas son un tópico en la producción de los escritores
mexicanos, independientemente de sus inclinaciones sexuales. La benevolencia
del régimen en cuestiones literarias, sabedor de que en México los lectores son
mínimos, permitió, del gobierno de Echeverría en adelante, la paulatina
emancipación del lenguaje escrito respecto de la ley de imprenta mientras no
atacara o caricaturizara a los intocables representantes de la política del
Estado. El relajamiento de las medidas represivas, concomitante al aumento de
la población gay, ha permitido que la industria editorial dé acceso a libros
emblemáticos de dicha cultura. Cito algunos títulos mencionados y otros
elegidos al azar : Mocambo, de Alberto Dallal ; El
vampiro de la colonia Roma, Melodrama, En jirones,¿ Por qué mejor no nos
vamos ?, de Luis Zapata ; Flash Back, de Raúl Rodríguez
Cetina ; Octavio, de Jorge Arturo Ojeda ; Utopía gay,
de José Rafael Calva ; Las púberes canéforas, de José Joaquín
Blanco ; Los pavorreales, de Jesús de León ; Fruta verde,
de Enrique Serna ; Toda esa gran verdad, de Eduardo Montagner…
Después de seguir el derrotero de esta narrativa y de situarla
en el contexto social que le corresponde, ahora lo indicado es captar cómo está
diseñada la idiosincrasia gay en las obras que tratan de la vida y de las
formas de socialización en el mundo de la homosexualidad, para establecer las
afinidades que hacen de esta literatura un conjunto orgánico. De las
similitudes advertidas hay que destacar las siguientes : un protagonista
joven o maduro marcado en principio por el rechazo de la familia ; por
regla general sus aventuras eróticas suceden en los ambientes más disímiles de
la metrópoli o la provincia ; en el transcurso de su peripecia vital,
intentará un ajuste de cuentas con su entorno y consigo mismo ; es
frecuente que la búsqueda amorosa concluya en fracaso y en la consecuente
degradación.
La complejidad del tema repercute en la estructura de la
historia, fragmentada en ocasiones por las rupturas espacio-temporales o por la
inclusión de diferentes géneros literarios, recursos que tienen como finalidad
abordar la anécdota desde múltiples puntos de vista y técnicas narrativas.
Tales procedimientos redundan en beneficio del dinamismo y la polivalencia de
la narración, la cual se proyecta mediante un estilo directo, incisivo,
visceral e hiperrealista.
Asimismo, la sensibilidad gay se expone en sus singulares formas
de expresión : la idealización del efebo, el culto por el cuerpo, la
atracción por lo sórdido, la necesidad de una relación duradera, la exaltación
de fantasías eróticas centradas en lo masculino, la exclusión de la mujer en
los asuntos amorosos, la afirmación personal mediante un estilo de vida en que
se complementen el placer y la frivolidad, y la necesidad de una autoafirmación
son, entre otros, los contenidos de lo que podríamos designar como una moral
alterna que, por su carga subversiva, entra en conflicto con las normas
establecidas.
Por razones obvias de extensión, las técnicas y el perfil
psicológico de los personajes están más desarrollados en la novela que en la
concentrada intensidad del cuento. Pero es innegable que en ambos géneros la
vitalidad de la anécdota, además de ser una propiedad del tema, es un requisito
indispensable para sostener la atención del lector. Aparte de que cada escritor
es dueño de una escritura intransferible, los recursos empleados en estas obras
permiten una transmisión más efectiva y verosímil de su mensaje.
Desde luego, los casos que el lector conoce en las narraciones,
sean cuentos, nouvelles o novelas, no son transposiciones directas de
la vida real en los términos en que lo hacen la crónica, el testimonio o la
autobiografía. Hay que recordar que la intención de la literatura no es modificar
o imitar acontecimientos concretos. Es, por encima de cualquier propósito
pragmático, creación o recreación de la realidad. Por eso es un error pretender
asegurarse de la probidad o falsedad de las historias convocadas en las obras
interesadas en la homosexualidad. Lo que sí está fuera de duda es su alto poder
de convencimiento, sustentado en la intersección de lo imaginario con lo real.
En este cruce es donde la literatura gay cumple con sus principales
objetivos : transgredir las normas impuestas por la sociedad mediante la
destrucción de los modelos y los tabúes sexuales, y demostrar a propios y a
extraños que el mundo gay no es mejor ni peor que el compartido por los
heterosexuales. La eficacia artística y la impugnación social ofrecen el
aspecto humano de esta problemática que para mucha gente sigue siendo un
terreno ignoto o vergonzoso.
La rebeldía sostenida
El suplemento Sábado del extinto diario Unomásuno
dio a conocer el 17 de marzo de 1979 el premonitorio ensayo de José Joaquín
Blanco titulado « Ojos que da pánico soñar », incluido después en las
sucesivas ediciones de su libro Función de media noche. El autor
vaticinaba el peligro potencial de « una política de tolerancia » que
terminara normalizando « los elementos subversivos » que definían la
actitud de las minorías en tiempos de « la intolerancia
persecutoria ». Es decir, eliminar « La diferencia política
de la homosexualidad actual para trocarla en una opción igualmente cosificada y
banalizada que aquélla en que se ha convertido la conducta sexual
establecida ». La profecía de hace treinta años está cumpliéndose en la
medida en que el sexo se ha vuelto objeto de consumo globalizado y las
instituciones sociales, incluyendo a la familia, son cada vez más tolerantes
con las personas de orientaciones sexuales opuestas a la aceptada. En ese
margen de permisividad, los gays de los estatus medios y altos gozan de mayores
libertades y derechos. A regañadientes, los conservadores y los fanáticos
religiosos tienen que aceptar el hecho insoslayable de que la realidad los ha
rebasado, mientras otros intereses pecuniarios han desplazado a los valores
morales, ya en plena decadencia a juzgar por los escándalos recientes en que se
han visto involucrados los ministros de la Iglesia católica. Como lo presentía
José Joaquín Blanco, en adelante « habrá una nueva norma sexual
dominante : que se caracterizará por cosificar el sexo, volviéndolo
un satisfactor momentáneo y banal de cuerpos de suyo cosificados, sin aventura
ni creatividad, propios de conformistas clasemedieros, que acaso se olviden por
completo de los otros jodidos y de sus experiencias cuando fueron perseguidos,
en cuanto la tolerancia del consumo les dé el beneplácito » (las cursivas de
las citas son del autor).
La sospecha es ahora una confirmación fuera de duda. Poco a poco
la homosexualidad ha venido ganando terreno y perdiendo su aura demoníaca.
Inclusive los términos « homosexual » y « lesbiana » son de
uso común como lo son también las palabras antes soeces que hoy sirven de
título comercial en algunos libros conocidos. Por extensión, en los exhibidores
de las tiendas Mixup hay un sector de películas gay a disposición del público
ávido de novedades. Amén de las páginas de Internet y los anuncios de oferta
sexual en la sección de oportunidades de muchos diarios. Así, mientras las
prohibiciones son sustituidas por las prioridades del mercado, el sexo
disminuye su alto poder de transgresión que antaño ostentaba, convirtiéndose en
mercancía sujeta a las leyes de la oferta y la demanda.
En el contexto del consumismo caníbal, la literatura gay no ha
capitulado a las imposiciones de la industria del pasatiempo. Lejos de
precipitarse en el lugar común y en el sensacionalismo, los autores siguen a la
búsqueda de propuestas formales que permitan la constante renovación del tema.
Sabemos que los temas literarios, muy al contrario de ser modas pasajeras,
permanecen vigentes según les proporcione cada época un tratamiento original y
una interpretación específica. De los años de la intolerancia a la banalización
del sexo en el siglo XXI, la literatura gay es un registro imprescindible para
conocer las vicisitudes de la sexualidad en la sociedad mexicana. Las
nomenclaturas carecen de importancia cuando los seres humanos de cualquier
inclinación no son dueños de ejercer su libertad amorosa. En el curso de su
evolución, esta literatura ha sido implacable en evidenciar el acoso de las
mayorías a formas diferentes de relación, contrarias a las normas reconocidas
como válidas. Pero las reglas establecidas, los códigos inflexibles, las
rígidas medidas burocráticas y los decálogos inapelables sólo han sojuzgado a
muchísimos individuos, confinándolos a la soledad, la insatisfacción, la
violencia y la paranoia, como lo testifican las historias que hemos leído y
conocido, además.
La historia de la cultura es también la crónica de la represión.
La religión, la ciencia, la educación han procurado cercenar del hombre el lado
oscuro y turbulento de su naturaleza en un afán de « purificación ».
El intento, por supuesto, siempre ha fallado. El deseo, el placer, la pasión,
el vicio y la irracionalidad son inseparables de la condición humana : son
el lado oscuro de la faz luminosa de la luna. La literatura gay – vale decir
toda literatura que se respete – descubre a los lectores precisamente esa parte
subterránea que los santurrones, los conformistas o los comerciantes pretenden
omitir o devaluar en nombre de aspiraciones, beneficios pecuniarios o símbolos
abstractos. Persistir en una actitud insumisa, pese a la comercialización de
los sentimientos y de los cuerpos, es la difícil tarea que la literatura gay ha
cumplido en la contracultura nacional.
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