Wenceslao Bruciaga.
Enehache.com
Para mí es importante subrayarlo, con la misma obstinación con la que muchos
homosexuales (varios ya instalados en los temibles 40) insisten en hacer de
Jeans (aquella extinta girl band coreográfica integrada por
bobaliconas chicas que en sus buenos tiempos parecían ser alumnas simplonas de
una secundaria religiosa, y hoy día son todas una señoras, esposas aburridas de
panistas con cara de impericia nerd) un icono gay; es increíblemente anacrónico
percatarse que en 2013, en un típico antro de la Zona Rosa con una bandera de
arcoiris, tarde o temprano se escuchen los diabéticos coros de “Y dime que me
amas”… Pues bien, regresando al principio y como decía, para mí es importante
subrayarlo: soy puto y no, no lo voy al América.
Y cada vez que lo subrayo, veo cómo los compañeros del GESSAC —Género, Ética
y Salud Sexual— afincados en Monterrey, salen a escribirme, mejor dicho,
corregirme sobre la forma en que expreso mis comentarios, obviamente escritos
desde el humor. Me señalan cosas más o menos así: “Otra vez con tu lenguaje
discriminatorio; se dice homosexual”. Aseguran que no soy cualquier gay:
“Tienes la responsabilidad que te da el escribir en un medio masivo de
comunicación”, y agregan que ostento la posibilidad de “disminuir y erradicar
la homofobia, lesbofobia, transfobia y sexofobia o de reforzarla ¡Tú decide!”.
Honestamente, decidir entre tantas fobias me da cansancio; prefiero ver porno.
Y la verdad no estoy muy convencido que una simple editorial tenga como
propósito erradicar fobias o evangelizar sobre cómo se debe tratar a la
comunidad.
Los de GESSAC no son los primeros. De vez en cuando me topo con gente,
mayormente autodenominados como activistas, que intentan convencerme que todo
aquel lenguaje que se desmarque de lo políticamente correcto es no sólo
discriminatorio, sino capaz de generar odio. Y lo más retorcido es que me
increpan a partir de mis propios auto-adjetivos, cuando me refiero a mí mismo
como puto, o puñal. Siento como si estuvieran tratando de quitarme una navaja
de las venas.
Además, en estos temas siempre me pone un poco histérico el hecho de que
estemos muy al pendiente de cómo nos ofenden allende las fronteras bugas,
mientras entre nosotros nos descalificamos con términos que, comparados con
puto, terminan siendo una dulzura. Sólo hay que darse un tour en el Manhunt.
Recuerdo que Wittgenstein en sus Investigaciones filosóficas
criticaba el concepto del lenguaje privado, cuestionándolo a partir de
su reflexión en la que “seguir una regla no es siempre darle una
interpretación”. Cuando escucho una y otra y otra vez indignaciones por la
palabra puto o similares, pienso en que parecería que hay una hipocondría por
el lenguaje políticamente correcto, como si al establecerse reglas lingüísticas
se curasen todos los males que nos aquejan como… gays.
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